miércoles, 28 de agosto de 2013

Crisis, salarios y sexo

La propuesta del FMI sobre la reducción salarial ha sido ampliamente glosada. El FMI, quede claro, no cuantifica ninguna propuesta concreta, sino que se limita a hacer una simulación mediante un modelo econométrico. Estos modelos son, en realidad, una caja negra. Se meten unos datos y nos sale un resultado, según los supuestos de funcionamiento y el comportamiento de las ecuaciones que lo conforman. No son, pues, neutrales en absoluto. Es frecuente, incluso, que se desconozca cómo funcionan realmente y las implicaciones que generan. Así pues, nada de verdades reveladas.

Por ejemplo, sorprende la soltura con la que se supone que las reducciones de costes se trasladan a precios. O la ignorancia deliberada de los efectos sobre la demanda agregada, la omnipresente confusión entre competitividad y productividad, la ingenua pretensión de que la recuperación puede basarse exclusivamente en las exportaciones o, finalmente, la interesada e injustificada equiparación, en muchos de estos modelos, de ahorro e inversión. El FMI parece pasar por alto, además, que la devaluación interna a costa de los salarios, estrechamente asociada a la precarización laboral y la explotación descarnada de la mano de obra, hace tiempo que está en marcha, por lo que, aun en el caso de que su propuesta fuera institucionalmente factible, no aportaría nada nuevo, más allá de agudizar el deterioro.

Fiel a sí mismo, el Comisario Rehn no desaprovechó la ocasión para apuntalar la recomendación del Fondo con una invitación a imitar a Irlanda y Letonia, cargando sobre los hombros de quienes la rechacen la responsabilidad de los costes sociales y humanos que, supuestamente, generaría tal rechazo.

Completando tan dogmática trinidad, la CEOE también lleva el agua a su molino al reclamar una reforma de la reforma laboral que elimine cualquier vestigio de protección al trabajo. La patronal está envalentonada por la mayoría absoluta del PP y la ruptura de barreras sociales de contención a que lleva una situación desesperada para millones de familias, y se aprovecha. Parece identificar con demasiada alegría su conveniencia a corto plazo con el interés general, olvidando que lo que pueda ser bueno para una empresa concreta, no lo es necesariamente para el conjunto del tejido productivo ni para la sociedad. Así, arremete contra los trabajadores fijos, considerándolos privilegiados. El cambio terminológico no es inocente ni casual. A este paso, harán pasar por bolchevique hasta la actual legislación laboral, por rígida e intervencionista. ¿Qué pensará Rosell de las (escasas) limitaciones que la normativa alemana impone a los minijobs?

Pero estudios e informes hay para todos los gustos. Por ejemplo, A. Herzog-Stein, F. Lindner y S. Sturn sostienen en un documento de trabajo (Explaining the German Employment Miracle in the Great Recession. The Crucial Role of Temporary Working Time Reductions, IMK, junio 2013) que la explicación del mantenimiento del empleo en Alemania durante la Gran Recesión está fundamentalmente relacionada con la flexibilidad interna y el ajuste en tiempo de trabajo (y productividad). Plantean también que dicha flexibilidad requiere un sistema sólido de relaciones laborales y protección legal al trabajo. En esta misma línea, hay trabajos que ponen de manifiesto que esos mecanismos y sus resultados nada tienen que ver con las cacareadas reformas del mercado de trabajo alemán (la denominada Agenda 2010) en los años anteriores a la crisis y que, por tanto, éstas no han tenido impacto directo en el comportamiento del empleo. Más aún, hay motivos para pensar que el aumento de la flexibilidad externa (la de la reforma laboral del PP) dificulta esas otras vías, conduce a mayores oscilaciones del empleo en función del ciclo económico, reduce incentivos para la inversión en formación e incrementa en fases recesivas el riesgo de la denominada histéresis del desempleo (elevado paro crónico).

Y es que la literatura académica da para mucho. En julio pasado, el alemán Instituto de Estudios Laborales (IZA) publicó un documento de trabajo de N. Drydakis titulado The Effect of Sexual Activity on Wages. Entrando en un ámbito con amplia tradición en medicina y psicología, pero escasamente trabajado en economía, en él se analiza la influencia de la actividad sexual en los salarios.

Las conclusiones son llamativas. Una de ellas, que la incorporación de la actividad sexual a variables habituales en ecuaciones salariales, como la experiencia, el nivel educativo o el sector productivo, mejora la estimación de los salarios. Pero la principal es que hay una relación causal entre la frecuencia de la actividad sexual y los salarios, particularmente fuerte en personas de entre 26 y 50 años que practican sexo más de cuatro veces a la semana.

El resultado no debe sorprendernos. Está ampliamente documentada la relación positiva entre vida sexual activa, satisfacción personal y salud física y mental, elementos que configuran las denominadas capacidades no cognitivas, por no derivar directamente de la cualificación, pero que son tan relevantes como las cognitivas por su reflejo en la productividad. Dicho resultado debería inducir alguna reflexión, en estos tiempos salvajes en que la única vía que discurren lumbreras como Rosell para incrementar la productividad es despedir, precarizar y explotar. Tampoco vendría mal que pensara en ello tanto calvinista recalcitrante que parece concebir la vida económica, individual y social, como un calvario de sangre, sudor y lágrimas. No vendría mal incorporar a tan desagradable trío el sexo. Parece evidente que la economía irá mejor si se tienen en cuenta las necesidades humanas.

Un comentarista de Market Watch titulaba, a cuenta de esto: “Have More Sex, Make More Money”. En tiempos de tanta tribulación, quizá sea hora ya de hacer mudanza y cambiar el chip para empezar a mejorar, individual y socialmente. Haz el amor y no la crisis, podríamos decir. Y en todo caso, que nos quiten lo bailao.

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