A cambio, carga todas las tintas en el mercado de trabajo: el desempleo es elevado porque el mercado de trabajo no es todo lo flexible que les gustaría. Las reformas emprendidas van en la buena dirección, pero son todavía insuficientes, como lo muestra la persistencia del desempleo. El razonamiento no sólo es inconsistente, sino que carece de fundamento teórico, lo que no es óbice para que se insista en aplicar esas medidas, a pesar de la evidencia que se va acumulando en contra.
Por situarnos, el FMI contempla tres escenarios: uno central, otro optimista y un tercero pesimista. En el “optimista”, que implica una aceleración de las reformas, se prevé llegar a un crecimiento del 2% en 2018; y un aumento del empleo, siempre que las reformas consigan reducir los salarios (gráfico 1).
Gráfico 1 |
En este contexto es donde lanza su propuesta de reducción salarial nominal del 10%, con el fin de acelerar la evolución positiva: “Un ajuste más rápido de los salarios llevaría probablemente a que menos gente perdiera sus empleos y se contrataría a más desempleados y ambos [efectos] llevarían a un mayor consumo privado. Aumentarían las probabilidades de que las empresas contrataran e invirtieran y las exportaciones netas contribuirían aún más a la demanda”. Todo ello en forma hipotética, a base de condicionales y subjuntivos. Calcula el Fondo que ello se traduciría en una depreciación real del 5% en tres años. El razonamiento se basa en un modelo sobre el que se curan en salud, al admitir que los resultados de la propuesta están “sujetos a las limitaciones inherentes del modelo”. Acabáramos.
Un primer problema del enfoque del FMI es de origen. Da la impresión de que el mundo empezó en 2008. Pero, en realidad, la explosión del desempleo llega tras una etapa en que se habían alcanzado tasas de paro históricamente bajas para la economía española, y con otra legislación laboral. Burbuja inmobiliaria, endeudamiento masivo y empleo precario y de mala calidad son elementos íntimamente relacionados. No es la estructura del mercado de trabajo, sus “rigideces”, la que genera el desempleo masivo.
Un segundo problema viene dado por la flagrante asimetría del enfoque, volcado de forma exclusiva en los salarios. Que se hablara de un verdadero pacto de rentas, esto es, comprendiendo todas las rentas y no sólo los salarios, podría ser admisible, quizá necesario. Pero lo tiros no van por ahí. Lo que subyace es una diferente consideración (en todos los planos) de salarios y beneficios. Se considera que los beneficios son la fuente de la acumulación de capital y, por tanto, el alimento de la inversión. Otra idea zombie (que diría Krugman), y más en tiempos de globalización. Pero lleva implícito un tratamiento favorable de las rentas empresariales, mientras el ajuste se hace recaer sobre los salarios. Al hilo de esto, resulta curioso (o quizá no tanto) el gráfico 2, sobre beneficios y dividendos en el sistema bancario español. Pero el informe va más lejos. Culpa de la pérdida de competitividad a los salarios, insistiendo mucho en la inflación salarial, cuando la moderación es más que evidente y, además, ya desde mitad de los noventa se rompe el vínculo salarios-productividad, en contra de los salarios. Mal andamos cuando las esperanzas de toda una economía se cifran en las exportaciones y en la competitividad vía precios.
Gráfico 2 |
Por no mencionar el hecho de que la capacidad de los salarios para reducir costes depende de su peso en el coste total o en la facturación de las empresas. Hay estimaciones que sitúan los salarios en torno al 13% de los ingresos brutos de explotación para la economía española (y reduciéndose). Por tanto, para conseguir reducciones significativas de costes a base de rebajar salarios, los tijeretazos a éstos habrían de ser drásticos. Y presumir que las reducciones salariales irán automáticamente seguidas de reducciones de precios es, cuando menos, ingenuo.
Otro aspecto a considerar es el peso del consumo final privado en el gasto agregado total, que ronda el 59%. Si uno de los motivos de la actual atonía económica es precisamente el raquitismo de la demanda, habida cuenta de la continua reducción de las rentas de las familias y su elevado endeudamiento, la propuesta del FMI no haría sino acelerar la caída, con los consiguientes efectos multiplicadores, en este caso negativos. Sorprende la estolidez de los planteamiento del Fondo, impropia de una institución de la que cabría esperar (¿o no?) mayor seriedad y rigor.
Tanto el informe como muchos otros análisis que se hacen sobre la situación económica, insisten en el problema del crédito, como si por el mero hecho de facilitar financiación fueran a cambiar las cosas. Este razonamiento es tributario de un enfoque de oferta y olvida el hecho fundamental de que para que haya inversión debe haber expectativas positivas sobre la demanda. Por mucho que mejoren las exportaciones, éstas no constituyen una base lo bastante amplia, sólida y duradera para la recuperación económica. La cuestión del crédito es un árbol que nos impide ver el bosque del verdadero problema.
Gráfico 3 |
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