jueves, 14 de agosto de 2008

El Presidente gesticular (Bambi atrapado en la maleza de la crisis)

Rodríguez Zapatero es, en esencia, un gobernante gesticular. Fue así desde el inicio mismo de su período de gobierno, con el plausible anuncio de la retirada de tropas de Irak. Mientras la oposición corrió a cargo de un PP asilvestrado y una caverna mediática desenfrenada, resultaba todo muy fácil. Si, además, el ciclo económico era favorable, miel sobre hojuelas.

En este momento la situación ha cambiado drásticamente: el PP está desaparecido (aunque, émulo al fin del Cid, con todo y con eso gana la batalla de la intención de voto: les conviene estar callados), Jiménez Losantos de juicio en juicio, Díez y Savater defendiendo una lengua que, como todo el mundo sabe, está en peligro de extinción. Así que Rodríguez Zapatero se ve en la tesitura, quizá por primera vez, de asumir por sí y para sí la responsabilidad de sus decisiones, de la tarea de gobierno, sin velos, subterfugios ni añagazas. Para su desgracia, justo en el peor momento.

Y sobreviene la parálisis. El Gobierno da una sensación de inacción, quizá de impotencia o, lo que es peor, de incapacidad, que no es un invento mediático. Y no será porque la crisis no estuviera anunciada. Se sabía que el ciclo habría de cambiar. Y se sabía que, dadas las bases insanas del crecimiento de los últimos años, en España la situación sería particularmente dura. Es inverosímil que en el Ministerio de Economía no se hubieran enterado de nada. Pero, comprensiblemente, evitaban generar alarma, en la esperanza de controlar la situación y lograr un aterrizaje suave. Ahí pecaron seguramente de ingenuidad, porque las crisis inmobiliarias suelen ser incontrolables una vez desatadas y se suelen precipitar, al menos hasta que se vuelve a valores normales de mercado. El problema está en las repercusiones de la crisis inmobiliaria, pero sobre todo, de las menguantes rentas de unas familias fuertemente endeudadas y empobrecidas por la subida de los tipos de interés y la inflación, sobre variables como el consumo, la inversión, el empleo o las expectativas empresariales y sociales.

¿Qué hace el Gobierno? ¿Qué hace Zapatero? Nuevamente nada. O sí: gesticular. Hasta ahora se habían lanzado dos paquetes de medidas contra la crisis. La mayoría sin nada que ver directamente con la situación económica. De las que sí estaban relacionadas con la crisis, muchas, las más, tienen escasa enjundia. Alguna, como la dichosa devolución de los 400 euros, es inútil en sus objetivos y perversa en sus implicaciones.

A pesar de tantos desvelos, la situación sigue empeorando, los malos datos se suceden, la opinión pública entiende que no se hace nada. La solución vuelve a ser la misma: gesticular. Zapatero interrumpe sus beatíficas vacaciones en Doñana, se pone al frente de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos y convoca un Consejo de Ministros en pleno mes de agosto con el fin de aprobar un tercer plan. Si atendemos a las notas de prensa y la información oficial sobre el número de medidas a adoptar, diríase que la actividad gubernamental es frenética. Un examen más detenido indica, sin embargo, que no es para tanto. Centrémonos en las más llamativas.

La más publicada es la habilitación de 10.000 millones de euros en dos años para la concesión de avales para VPO: suena a balón de oxígeno para los promotores, tal como propuso en su día el ministro Sebastián. Otras medidas, como la reforma legal del alquiler, o el fomento de la rehabilitación y de la eficiencia energética, ya estaban previstas. Asimismo se incrementan las cantidades asignadas para la concesión de avales a las PYMES. En realidad, se extiende a 2009 y 2010 una medida que ya se había adoptado para 2008 (ampliación de 1.000 a 3.000 millones). Estas son las medidas que, se compartan o no, pueden tener más que ver con la situación económica.

Otra medida propuesta es la supresión del impuesto sobre el patrimonio. Se trata de una promesa electoral del PSOE que nada tiene que ver con la crisis. Añádase que es dudosamente progresista y reduce en 1.800 millones de euros la ya maltrecha capacidad recaudatoria de la hacienda pública y tendremos alguna idea sobre sus efectos: el principal, «inyectar liquidez» a contribuyentes poco necesitados de ayudas gubernamentales.

El resto de medidas pueden ser más o menos sensatas, más o menos defendibles —que de todo hay—, más o menos vinculadas a la actividad económica pero dudosamente relacionadas con la crisis. ¿Qué decir de la Ley de Creación del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales? ¿O de que entre los «procedimientos para impulsar la actividad económica» se cite la opción de pagar multas de tráfico a través de Internet? ¿O del fomento del transporte de mercancías por ferrocarril? Lo mismo cabe decir de un conjunto de medidas que no son más que la transposición de la directiva europea sobre servicios (la famosa Directiva Bolkestein, luego modificada en sus aspectos más polémicos). La transposición consiste en trasladar a la legislación de cada Estado el contenido de las directivas europeas y es obligatoria. En este caso el plazo acaba el 28 de diciembre de 2009 y el Ministerio de Economía estableció ya en julio de 2007 el calendario y el plan de adaptación de la legislación española al contenido de la directiva. También prevé el plan gubernamental la transposición de normas comunitarias sobre ahorro energético. Una vez más, se venden como medidas contra la crisis actuaciones que nada tienen que ver con la misma ni encuentran en ella su causa. Pueden tener algún efecto, puesto que su objetivo es facilitar el desenvolvimiento de las empresas o mejorar la eficacia administrativa, por eso se ponen en marcha. Pero no pasa de ahí. Muchas de ellas son actuaciones estructurales que debían haberse acometido mucho antes, precisamente cuando la situación económica permitía financiarlas con mayor holgura.

Zapatero muestra un rostro político congelado, envarado, entre atónito y demudado. En plena regresión infantil, asemeja un bambi —esta vez sí— atrapado en la maleza y reclamando ayuda lastimeramente al ver que su «economía de Champions League» (si entonces sonó a cachondeo, fíjense ahora) se deshace al mismo ritmo que los beneficios de los promotores que alimentaron su soberbia.