Figura 1 |
El Banco de España ha publicado los datos de mayo de la balanza de pagos, así como la evolución agregada desde enero. La balanza de pagos es un registro de las operaciones económicas entre residentes y no residentes. La elabora el Banco de España siguiendo la metodología del FMI, establecida en su famoso Manual de balanza de pagos. La figura 1 recoge un esquema de la balanza.
Dentro de la misma hay un saldo particularmente significativo, que es el de la suma de las cuentas corriente y de capital. Es significativo porque nos ofrece la capacidad (si el saldo es positivo) o necesidad (si es negativo) de financiación de una economía, esto es, si está financiando al resto del mundo o debe recurrir al ahorro exterior para financiarse.
Antes de entrar en materia, conviene hacer una aclaración. La capacidad o necesidad de financiación viene dada, como digo, por la suma de las cuentas corriente y de capital. Sin embargo, suele ser habitual, tanto académica como periodísticamente, hablar sólo de la cuenta corriente. Ello se debe, al menos en parte, a que habitualmente la cuenta de capital tiene escasa relevancia. Sin embargo, en los países de la Unión Europea (UE) buena parte de la financiación que se recibe con cargo a fondos comunitarios toma la forma de transferencias de capital, por lo que su saldo tiene cierta entidad y es necesario considerarlo específicamente.
Gráfico 1 |
El gráfico 1 muestra la evolución del saldo y sus componentes, en porcentajes del PIB. Vemos que desde 1990 la economía española sólo ha tenido capacidad de financiación cuatro años y en cuantía reducida. Por el contrario, los déficit han sido abultados y prolongados en el tiempo, llegándose a porcentajes cercanos al 10% del PIB, un nivel absoluto y relativo que marcó récords mundiales. Eran los años de la alegría, del desenfreno, de la economía de champions league. El problema no es el déficit en sí, sino su cuantía y su permanencia. Por otra parte, en una unión monetaria una economía puede soportar un déficit mayor que con su propia moneda. Sin embargo, los problemas de diseño del euro, y particularmente la falta de una unión bancaria, terminaron por convertir en un problema lo que podía ser una ventaja.
Una economía no puede permitirse déficits elevados durante mucho tiempo. Si la política económica no procura el ajuste, éste vendrá dado por la fuerza de las circunstancias y de forma mucho más brutal. Ése fue el pecado. No sólo no se hizo nada para corregir la situación, sino que se alimentó con políticas irresponsables. El capital exterior fluía, además, con alegría. Alemania, por ejemplo, se encontraba en una situación económica delicada, incapaz de absorber su ahorro interno. La burbuja inmobiliaria alimentaba la demanda de capitales. Los bancos se endeudaban en el exterior para conceder préstamos a las familias. Las empresas también recurrían al ahorro externo. La orgía de barra libre financiera estaba servida y ya se sabe cómo acaban estas cosas.
Gráfico 2 |
Si echamos un vistazo a la composición del saldo por cuenta corriente (gráfico 2), podemos extraer información adicional. El único componente positivo es la balanza de servicios, fundamentalmente debido al turismo. Todas las demás rúbricas arrojan déficit. El más abultado es el comercial, esto es, la diferencia entre importaciones y exportaciones de mercancías. La amplitud del déficit comercial tiene que ver con las alegrías consumistas (de las familias y las empresas) que acompañaron el endeudamiento y la burbuja inmobiliaria, así como con la pérdida de competitividad de los productos domésticos. Igualmente es significativo el fuerte deterioro de la balanza de rentas, que refleja fundamentalmente el pago de intereses o remuneraciones al capital exterior, fruto del elevado endeudamiento. De alguna manera, estos dos gráficos recogen fielmente el origen de la crisis económica española y la irresponsabilidad de quienes, ante un panorama así, lejos de corregirlo lo azuzaron. Y no vale, como suele hacer Rodrigo Rato, con echar la culpa a la permisiva política monetaria del Banco Central Europeo.
Como puede observarse, la corrección del déficit ha sido rápida, brutal diría, con el coste de sobra conocido. A este respecto, conviene aclarar que la exportaciones siempre se expanden en fases recesivas, en gran medida porque las empresas españolas tienden a dirigirse al mercado exterior únicamente cuando no funciona el interior. Por otra parte, se exhibe con triunfalismo la evolución del sector exterior. Algo de razón hay, puesto que es lo único que da buenos datos. El problema que se nos plantea es doble: primero, de qué manera se está obteniendo, a costa de qué. La respuesta es obvia, a costa de una devaluación interna que lleva a la competencia vía costes. Las mejoras de productividad que explican el incremento de las ventas al exterior no se han debido a mejoras tecnológicas, sino a un mero efecto mecánico derivado de la reducción de empleo y de costes salariales. Sin cambios de estructura productiva son difícilmente sostenibles a medio plazo, por lo que terminarán agotándose.
Y segundo, la obsesión con el sector exterior termina por oscurecer el hecho esencial de que éste es una parte relativamente reducida de la economía, por lo que no cabe esperar grandes efectos de arrastre de su sola mejora. Más aún, si es a costa de empobrecer a la mano de obra asalariada y reducir las posibilidades de expansión del consumo interno, puede terminar siendo una rémora.
Y todo ello cuidando mucho de que la manía por los agregados macroeconómicos nos impida ver lo que realmente está pasando.
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