jueves, 15 de febrero de 2007

Gris Barcina

Cuando el régimen franquista lanzó a principios de los sesenta la campaña de los 25 años de paz (la de los cementerios, el atraso, el hambre y la mediocridad), la República era el punto de referencia obsesivo. Se trataba de mostrar que se habían superado sus niveles en todos los aspectos de la vida social y económica. España fabricaba más tractores, más camiones, más de todo que la República (significativamente contraponían España a República) . Con tanto boato propagandístico el régimen reconocía, aunque le pesara, que se habían hecho tan mal las cosas que fue necesario un cuarto de siglo para llegar a los niveles de 1936.

Al equipo municipal de UPN en el Ayuntamiento de Pamplona (quizá habría que decir Yolanda et alii, dada la aireada capacidad de la futura —y esperemos que próxima— ex alcaldesa para crear equipos y trabajar con ellos) parece traicionarle el subconsciente ahora que se aproximan las elecciones. Y al tiempo que pone la ciudad patas arriba, levantando cuantas calles haga falta para demostrar fehacientemente que son suyas (el subconsciente traidor una y otra vez), se lanza a airear logros que, huérfanos de datos para comparar, pueden aparecer espectaculares, pero que se revelan magros, insulsos e insuficientes a nada que se escarbe.

Así, se exhiben los miles de metros cuadrados de zonas peatonales que se han creado, las plazas de aparcamiento construidas o las zonas verdes habilitadas. Y aún admitiendo que los pocos datos disponibles sean correctos y correspondan a la iniciativa del régimen barciniano (hay mucha desmemoria en lo de atribuirse méritos ajenos y despojarse de deméritos propios), en ninguna de las facetas se puede decir que la Administración municipal haya sido pionera o adelantada. En la mayoría de los casos, incluso, ha ido con considerable retraso y a remolque de las circunstancias. Compárese si no la situación de Pamplona, cuya tímida peatonalización no ha hecho más que bosquejarse, con la de ciudades similares en tamaño, algunas muy próximas. Sin hablar de los motivos, que en Pamplona parecen tener que ver no tanto con planes y políticas, como con deshacer entuertos causados por otros, socializar pérdidas (el extraño concepto de fraternidad de la derecha) o generar beneficios, éstos sí, privados.

Quizá el barcinato ha servido para renovar el césped en alguna glorieta o jardincillo, pero el bagaje que pueden exhibir en materia de zonas verdes después de ocho años es más bien escaso. Por contra, destaca sobremanera el afán por meter las excavadoras en lugares hasta ahora vírgenes, como los meandros del Arga o Santa Lucía. Ha habido, es cierto, una actividad frenética de construcción de plazas de aparcamiento, sin ninguna planificación ni estudios sobre sus efectos en la congestión del tráfico y la contaminación ambiental y acústica, e incluso contra el parecer de la Mancomunidad, porque dificulta la mejora del transporte público. Se han llegado a negociar adjudicaciones directas al quedar desiertos los concursos, con una opacidad completa sobre las condiciones. Corresponde también a Barcina el mérito de haber perpetrado el mayor expolio del patrimonio histórico y cultural de la ciudad y de Navarra, para realizar una obra ilegal que va a costar a las arcas de la ciudad varios millones de euros. O haber cedido a precio de saldo un solar en el centro de la ciudad y dos calles para construir una barraca de obra de dudoso gusto.

El transporte público no sólo se deteriora por el aumento de la congestión derivada de la facilidad de aparcamiento, sino porque la existencia de amplias zonas y franjas horarias desatendidas obliga a muchos usuarios potenciales a recurrir al transporte privado. Una medida que objetivamente era necesaria, como es la ampliación de las licencias de taxi, parece que ha respondido más a la obtención de ingresos para financiar el plan de transporte comarcal que a una auténtica voluntad de planificación. Se podrá objetar que la competencia en la materia no es del Ayuntamiento, y es bien cierto; pero éste es un agente fundamental en el diseño de las política de transporte público comarcal y la propia Mancomunidad está en manos de la misma coalición que gobierna el Ayuntamiento de Pamplona.

En el debe de ese régimen de Barcina, tan agudamente descrito como regencia, están también las escuelas infantiles. Al número claramente insuficiente de plazas (que castiga sobre todo, guste o no reconocerlo, a la mujer), se añade el deterioro de la calidad derivado de la
persistencia en la externalización del servicio, algo que también padecen (hay ejemplos clamorosos) las personas mayores.

En lo que afecta a la mujer, se ha renunciado a desarrollar una política de igualdad tan necesaria cuando siguen plenamente vigentes problemas como los malos tratos, la discriminación salarial o la distribución sexista de roles en el hogar y en otros ámbitos. Incluso la alcaldesa eliminó la Concejalía de la Mujer para adscribir sus competencias a servicios sociales: un guiño de otros tiempos, cuando se equiparaban mujeres, menores e incapaces. Y mientras se reducen las ayudas a acciones para promover la igualdad, como si ya no fueran necesarias, no hay actuaciones municipales dirigidas a ese fin.

Podrá recurrir la alcaldesa al manido truco de concentrar las actuaciones unos meses antes de las elecciones, algo que nunca se había hecho con tanto descaro. Podrá igualmente organizar festejos inusitados para inaugurar lo que debería estar hace tiempo hecho, aun haciendo el ridículo: ascensores que se estropean nada más estrenarlos, primeras piedras de edificios ya bien asentados, carril bici donde no es necesario y a costa de la tala de árboles. Podrá, en fin, llenar la ciudad de plaquitas a mayor gloria suya y de los suyos. Hasta Ramsés II se dedicó a inventarse victorias y atribuirse méritos ajenos. O el mismo Franco, pertinaz inaugurador de pantanos diseñados por otros. Pero la principal herencia de Barcina es, sin duda, ese gris que lo invade todo y se cuela por los menores resquicios como un cáncer. El gris es matiz, cierto, pero es también el Nodo, la mediocridad, la ausencia de proyectos.

En la ciudad del verde Pamplona, que no es sino azul descolorido, el gran legado de la futura —y esperemos que próxima— ex alcaldesa es el gris Barcina.

(Diario de Noticias, 15 de febrero de 2007)

sábado, 3 de febrero de 2007

El milagro de Guenduláin: equilibrio urbano, VPO y sostenibilidad

Llueve y cae sobre mojado, una y otra vez, en el tema de la vivienda. Los analistas, tertulianos y periodistas celebran con alborozo inconsistente y efímero cada vez que, en los últimos meses, se anuncia la evolución del precio de la vivienda; no porque se reduzca sino, simplemente, porque crece más despacio: noticias que son, a lo sumo, definidoras de tendencias o portadoras de síntomas para un diagnóstico, pero que se sacan de sus quicios por la necesidad de titulares. Mientras, el Ministerio de Economía o el Banco de España tiemblan hasta en sus mejor asentados cimientos ante cada arremetida de los tipos de interés, esas subidas que ya forman parte de nuestro paisaje financiero cotidiano con su cansina reiteración (el euribor llega ya al 4%), hasta trocar la preocupación de las familias en mera resignación ante tanta contumacia, traducida en un incremento de la hipoteca media mensual que en dos años ronda los 200 euros: demasiado para un país de mileuristas. Siempre habrá quien argumente que no pasa nada, que si las familias están más endeudadas, también son más ricas: es lo que pasa cuando se pierde el respeto a la aritmética y se olvida que, según las estimaciones más moderadas, la vivienda está sobrevalorada en torno a un 30%.

En Navarra, como todo el mundo sabe, la situación es de emergencia y no hay viviendas para tanta necesidad. Por eso se lanza a toda prisa y hasta incumpliendo compromisos previos con los ayuntamientos, un plan de choque: Guenduláin, que se ha convertido en la joya de la corona
de la política de vivienda del Gobierno de UPN-CDN, lanzado como nunca a una vorágine de obras e inauguraciones, en un intento desesperado por evitar el intuido y hasta anunciado desguace de su peculiar imperio de los mil años. Guenduláin resume de forma magistral y difícilmente repetible una política de vivienda mal planteada desde el principio y que compensa largamente sus escasos logros con un cúmulo de efectos negativos de honda repercusión: carestía alimentada por el sector público en su demencial incentivo de la demanda, viviendas vacías, fraude generalizado tanto en la adjudicación de VPO como en su gestión posterior (¿se sabe en el departamento de Vivienda cuántas VPO adjudicadas están vacías?), especulación exacerbada, transferencias de rentas desde los pequeños ahorradores y el presupuesto público a los promotores, en cuyo favor (y beneficio) se hace dejación de la responsabilidad de la planificación urbana (es como si se permitiera a las centrales nucleares dictar las normas sobre tratamiento de residuos).

Se pretende construir en Guenduláin 19.000 viviendas. Veamos: en toda la Comarca de Pamplona la previsión era terminar 25.992 viviendas entre 2004 y 2009 y otras 10.000 hasta 2013. Sin llegar a las 75.000 que, al parecer, se podrían construir, esas previsiones suponen ya un parque de viviendas tremendamente hinchado, habida cuenta de hay unas 20.000 vacías ¿dónde está el problema? ¿dónde la urgencia de acometer Guenduláin? ¿dónde (o con quién) la obligación ética que, dicen, existe?

Por tanto, no hay razones objetivas para una iniciativa de semejante envergadura. Pero las implicaciones no se quedan en contar viviendas. La segunda parte del asunto es urbanística, territorial y ambiental. Es difícil encontrar mayor despropósito urbanístico, entre los muchos que se han perpetrado en la Comarca de Pamplona, contra los principios más asentados de la economía, el urbanismo o la administración diligente. Se trata nada menos que de crear una ciudad de 40.000 o 50.000 habitantes (¿procedentes de dónde?) lejos del tejido urbano ya consolidado, con profundas consecuencias para la sostenibilidad económica y ambiental de todo el entramado.

Guenduláin muestra las trampas, limitaciones y errores de la Estrategia Territorial de Navarra (ETN), eje de la política territorial del actual gobierno. Los redactores del plan de Guenduláin (premiado con 100.000 euros) se han preocupado de encajarlo en la ETN y su estrambótico concepto de ciudad-región, presentando como beneficios la prolongación del tejido urbano de la ciudad y la «nueva oferta de actividad económica de investigación, conocimiento e innovación» (vulgo, polígono industrial). Es decir, se rompe brutalmente la trama urbana, se difumina la ciudad, se crea una población fantasma para ciudadanos de baja renta (convenientemente alejados así del centro de la ciudad), se reduce la densidad de población, se incrementan notablemente las necesidades de movilidad y desplazamientos que, sin duda (y vistos los planes al uso), no podrán ser debidamente atendidos por el transporte público, se obliga a cambiar el trazado de una autovía (con el impacto paisajístico y ambiental correspondiente y el derroche de al menos 30 millones de euros) y se tiene la desfachatez de decir que el plan se ha hecho con criterios de integración territorial, ordenación urbanística y, lo que es aún más grotesco, «modelo bioclimático sostenible que equilibra en su conjunto la Comarca de Pamplona». Curioso concepto de equilibrio y de sostenibilidad. Me gustaría encontrar una sola referencia en la literatura técnica internacional de los últimos treinta o cuarenta años (artículos, libros, informes) donde se defienda algo parecido. Pero es difícil, porque se asemeja mucho a esas rarezas que sólo se encuentran en las barracas de feria y nadie se molesta en desbaratar a pesar de que despiden un imborrable e inconfundible tufillo a fraude.

Llevamos meses y meses oyendo la cantinela de que Navarra no se vende y quizá sólo es porque ya no queda nada, todo se ha vendido no se sabe bien a quién, quizá a intereses inconfesables y opacos, generándose buenos réditos financieros, a golpe de decisiones administrativas, y poca riqueza real. A cambio nos dejan una ciudad destrozada, unos servicios públicos en riesgo cierto de extinción, familias hasta el cuello de deudas, el tejido productivo debilitado y ese color gris omnipresente que exudan por todos sus poros las administraciones de UPN. Este Robin Hood de pacotilla, que esquilma a los pobres para enriquecer a los pudientes, se merece un sheriff de Nottingham a su medida que le explique el significado progresista del término redistribuir y ponga fin al expolio de las rentas modestas. Mientras tanto, dado el tono bananero que ha adquirido este asunto, propongo que el poblado que pudiere surgir en Guenduláin se llame Ciudad Burguete.

(Diario de Noticias, 3 de febrero de 2007)