Es costumbre tanto de los miembros del Gobierno de Navarra como de sus copartidarios parlamentarios achacar a la oposición que no presenta propuestas, lo cual no sólo es falso, sino que cuando se presentan son, las más de las veces, expeditiva y sistemáticamente rechazadas sin mayores contemplaciones. Igualmente suelen achacar a la oposición el pecado de catastrofismo y tienden con considerable desparpajo no sólo a desvincular efectos de causas (sus actuaciones políticas), sino a darles la vuelta y colgarse medallas incluso por los desmanes.
El caso de Caja Navarra reúne todos estos requisitos: se ha vituperado a quienes criticaban la operación; parodiando una sentencia de maternidad incierta, se ha ido de despropósito en despropósito hasta el desastre final; y, para colmo, se nos presenta la absorción por Caixabank como una operación magistral en favor del futuro de Navarra.
Según como se mire, esa absorción no es un mal resultado... dadas las circunstancias. El quid de la cuestión está en cómo se ha llegado a una situación tal que la compra por una entidad a un precio ridículo se considere una buena operación. La mejor, dicen, para sus trabajadores, sus clientes y la obra social. Dejando aparte la clientela, lo de los trabajadores y la obra social está por ver.
Hemos oído decir que había que llevar Caja Navarra a un puerto seguro. Pues sí, pero, siguiendo con la metáfora náutica, de puerto salió un barco, quizá modesto, quizá pequeño, pero sólido y aparente; y ahora llega a puerto, a trancas y barrancas, una barquilla, un bote semidesguazado, dicen que por los embates de la crisis, pero algo habrá tenido que ver una pésima gestión. La argumentación recuerda a la atribuida a Felipe IV (II de Castilla) cuando le salió mal su aventura inglesa: "No mandé mis naves a luchar contra las tempestades", obviando el hecho principal, esto es, meterse en una aventura desmesurada e imposible y poner a su frente a un incompetente: garantía de fracaso, con o sin tempestades (por cierto que Medina Sidonia ascendió después del desastre; hay muchas y curiosas similitudes). Siguiendo con navegantes afamados, hasta ahora conocíamos un naufragio de Miranda. Ya son dos (en la parte que le toca, naturalmente).
Conocida es la evolución del valor de Caja Navarra, que se ha ido deshaciendo a medida que se avanzada en la estrategia diseñada por la dirección de la Caja, como si fuese un iceberg en deriva hacia aguas cálidas. La gestión ha sido errática: no se iba a pedir dinero al FROB y se pidieron 1.000 millones. Se intentó atraer un inversor privado, JC Flowers, que salió huyendo, a pesar de su fama de tiburón financiero habituado a los riesgos. Una de las razones aducidas para justificar la integración en Banca Cívica fue que las cajas afectadas presentaban complementariedades en cuanto a ventajas y desventajas. Pues bien, a día de hoy no se han resuelto las debilidades que entonces se atribuían a Caja Navarra (ha empeorado en costes), mientras que la calidad del activo, que en teoría era su punto fuerte, se ha degradado (la fuente es la propia Caja, en su Informe de gestión 2000-2011). Caixabank rebajó su valoración al descubrir un "agujero" en forma de provisiones no realizadas que puede rondar los 2.000 millones.
Seguramente con ánimo de maquillar lo inmaquillable, se dice que se preserva su sentido fundacional porque se preserva la obra social. Pues no. Ni el sentido fundacional es sólo ese, ni se preserva. Baste como muestra leer los propios estatutos de Caja Navarra que dicen, en su artículo cuarto que "la finalidad de la Caja es la consecución de intereses generales mediante el incremento de la riqueza y desarrollo económico y social en Navarra y, en general, donde despliegue ordinariamente su actividad, y para ello realiza las operaciones crediticias, de depósito, financieras en general, de inversión o tomas de participación en otras entidades y actividades propias de su naturaleza de Caja de Ahorros, llevando a cabo asimismo su Obra Social". Con motivo de la creación de Banca Cívica, la Caja declaraba en nota de prensa que las cajas «mantendrán su personalidad jurídica, gestión de obra social, marca y gestión de redes comerciales en sus territorios naturales, manteniendo el arraigo local y compromiso con el desarrollo económico, social e institucional». Es decir, se reconoce que la finalidad de Caja Navarra va mucho más allá de la obra social. Pero es que, además, ni siquiera se preserva ésta, puesto que se ha degradado y es previsible que se siga degradando.
Para empezar, hay una diferencia cualitativa. De estar dotada con un porcentaje de los beneficios de Caja Navarra (variable, pero que ha oscilado en torno al 28% de aquéllos; el límite legal es el 50%), va a depender de los beneficios distribuidos por una entidad cuyo centro de decisión no está en Navarra y cuyas decisiones dependerán de consideraciones estrictamente económicas. Tal como están las cosas (muy volátiles), los dividendos pueden rondar los siete millones de euros; si mejoran mucho pueden ser diez, catorce... Muy lejos, por ejemplo, de los 50,7 millones de 2007, los 45,1 de 2008 o los 36 de 2010. Es cierto que, quizá a modo de trágala, se ha exhibido un compromiso de Caixabank de invertir 16 millones anuales en obra social durante los dos primeros años. Pero eso simplemente significa un aterrizaje más suave en lo que, en cualquier caso, es difícil denominar "preservación", incluso teniendo en cuenta el ciclo económico y la crisis financiera. Entretanto, hay operaciones que llevan a pensar en un vaciamiento de la obra social, como la de Arantzadi.
Sin olvidar, naturalmente, el impacto sobre el empleo, no sólo en la red de oficinas sino en los servicios centrales con lo que implica, además, cualitativamente, por el tipo de actividades que desarrollan. Un proceso de deslocalización que, recordemos, se inició con la creación de Banca Cívica.
¿Hay responsabilidades? Evidentemente, desde el momento en que admitamos que las cosas no han sucedido a causa de ningún automatismo sino que se han tomado decisiones expresas. ¿Hay responsables? Por supuesto, de dos tipos: quienes han tomado las decisiones operativas sobre el terreno y quienes las han bendecido políticamente. Otra cosa, y es lo más indignante de todo, es que haya alguien dispuesto a salir a la plaza pública y asumir responsabilidades. Al contrario, o se mira para otro lado o, con el mayor de los descaros, se reivindica lo acontecido como mérito. Lo cierto es que en Navarra había una entidad financiera con centro de decisión en Navarra y ya no la hay. Había un instrumento trabajando específicamente por el desarrollo socioeconómico de Navarra y ya no lo hay. Había una obra social y es dudoso que perviva en las mismas condiciones.
¿Qué nos queda? Poca cosa. La pataleta. Quizá haya quien se consuele por pasar del "tú eliges, tú decides" al "tú eres la estrella". Magro consuelo, en todo caso.
Visto con perspectiva, esta no es, sin embargo, más que la gota que colma el vaso de la sistemática, y diríase que buscada, pérdida de capacidad de decisión de Navarra a la que hemos asistido en los últimos años. Y hay quien llama a eso gobernar.
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