domingo, 15 de abril de 2012

El dogma de la austeridad o cómo no salir de la crisis


En Europa se ha ido imponiendo una visión dogmática de la economía y de la política económica. Como tal, lógicamente, se basa en dogmas, que hay que aplicar a cualquier precio. Uno de ellos es el de la austeridad. El razonamiento subyacente no es complicado: la austeridad de las cuentas públicas lleva a una mejora de los saldos presupuestarios, que permite reducir el nivel de endeudamiento, recuperar la confianza de los mercados y, por ende, la senda del crecimiento económico. Es la denominada “austeridad expansiva”. Todo se basa en algo tan vaporoso e inasible como la confianza -más bien en una concreta axiomatización de la confianza-, bien adobado por una batería de artículos teóricos basados en supuestos como que una economía se comporta de la misma manera, ya esté en una fase expansiva, recesiva o sumida en el pozo de la depresión; o que el sector privado se comporta racionalmente, frente a la irracionalidad (y por tanto ineficiencia) de lo público. Se suele ignorar la existencia de equilibrios múltiples o de profecías que se autocumplen, precisamente porque el comportamiento de los agentes económicos dista mucho de la racionalidad que se supone a ese perfecto imbécil que es el homo œconomicus.

Por el contrario, hay buenas razones para pensar que la austeridad presupuestaria no solo no va a facilitar la reducción del déficit público, sino que puede incluso incrementarlo, con la consiguiente repercusión en el nivel de endeudamiento. En una economía anémica, que sólo se mantiene a trancas y barrancas gracias a la respiración asistida de los recursos públicos, una retirada de éstos no va a generar, por algún extraño y mágico vericueto (siempre a vueltas con la mano invisible), actividad privada sino, por el contrario, la retracción de ésta y el consiguiente incremento del desempleo, que, a su vez, llevarán a nuevas reducciones de la demanda agregada y, por tanto, del nivel de actividad económica. Resultado: menores ingresos públicos, mayores necesidades de gasto, tendencia al incremento del déficit y del endeudamiento, nuevas necesidades de ajustes presupuestarios. Los propios “mercados” -esa extraña entelequia que suena a coartada y parece guiarse por la irracionalidad más delirante- así lo han expresado nada más publicarse los presupuestos del Gobierno español para 2012: como no es creíble que la economía vaya a crecer con esos presupuestos, se retiran de los mercados de deuda y exigen más reformas que harán aún más difícil la recuperación económica y la elaboración de presupuestos “creíbles”… y así hasta el infinito.

El problema es que el sector privado no arranca, debido a una atonía económica que impide alimentar expectativas positivas sobre la demanda, y a la escasez de crédito. Pero ¿por qué el sector privado no atrae capitales? ¿Quizá porque, como sostienen tantas explicaciones al uso, el sector público está desplazando al privado con su necesidad de endeudamiento? No, claramente no. Más bien se debe a que los bancos están saneando sus balances, el sector privado desapalancándose y al mencionado efecto de las expectativas sobre la demanda. El consenso social que hoy denominamos Estado de Bienestar se ha basado, en lo económico, en políticas de demanda agregada que mantenían ésta en un nivel alto y estable. Hoy ya no está claro que los gobiernos contemplen esa posibilidad, lo que abre un horizonte de desempleo amplio y persistente. ¿Quién va a invertir dado este estado de cosas?

La razón que se aduce, antes y ahora, por mucho que el PSOE fuera más reticente y el PP más proclive, es que Europa lo impone; más que Europa, Alemania, que, sintiéndose a salvo de los problemas que aquejan a muchos países, sobre todo del sur, no vacila en arrojar a éstos a una espiral depresiva de difícil salida, en nombre del dogma. Y es que a una concepción ya de por sí discutible de la economía, la sociedad y la política, se añade una visión “moral” que tiene amplio eco, no ya en los Gobiernos, sino, especialmente, en la opinión pública de muchos países. Visión que distingue entre un norte virtuoso, ahorrador, laborioso y austero y un sur pecador, derrochador e irresponsable. ¿Deben pagar, nunca mejor dicho, justos por pecadores? ¿Deben aquéllos hacer frente a los desaguisados de éstos y pagar los platos rotos de la orgía de derroche a que se han entregado durante casi una década? Su respuesta, evidentemente, es que no. No sólo debe el pecador purgar su falta, sino que es necesario evitar que cunda el mensaje erróneo de que todo vale porque al final alguien acudirá a sacar las castañas del fuego.

Ahora bien, ¿quién es realmente el pecador? ¿Sólo el prestatario? ¿El prestamista no tiene nada que ver? ¿Prosperan los virtuosos por su propia virtud o por el pecado (y la desgracia) ajenos? Por ejemplo, el estancamiento de la demanda en Alemania generaba excedentes de ahorro que se dirigían a los países entonces en expansión. El estancamiento en un sitio alimentaba el boom en otros, con pingües beneficios para empresas y ahorradores alemanes. Aunque la Unión Monetaria no es una economía cerrada, sí está altamente interrelacionada, de manera que los superávits de unos países se traducen en déficits de otros (y al revés). No hay más que ver cómo en los últimos años, la corrección del déficit por cuenta corriente de países como España, Italia o Grecia se acompaña de una corrección similar del superávit alemán. De ahí que la postura alemana, y la posición de la UE en relación con las políticas de austeridad, no es sólo dogmática, sino (o quizá por ello) miope. Si vives de las exportaciones, debes tener cuidado de no asfixiar a tus clientes.

Pero por mucho que España -y otros Estados de la UE- llegue a tener unas cuentas públicas “saludables”, ello no resolverá el problema de fondo, que es estructural. Ni siquiera el origen de los problemas está en las finanzas públicas. En 2007 tenían un aspecto saludable y, sin embargo, ello no evitó la debacle. Lo cual demuestra que el mero control del presupuesto no garantiza nada y que las ineficiencias desestabilizadoras también pueden generarse en el sector privado. Una y otra vez se han desaprovechado las ocasiones para emprender políticas que realmente condujeran a cambios económicos estructurales. La prioridad absoluta que ahora se atribuye a la austeridad presupuestaria implica la renuncia definitiva a tales políticas. Pero sin ellas no habrá salida de la crisis.

1 comentario:

  1. "Ese perfecto imbécil que es el homo oeconomicus": genial. Como lo de "la mano invisible" del mercado, ésa sí auténtica mano negra, y no la de aquellos inocentes ácratas... "Si vives de las exportaciones, debes tener cuidado de no asfixiar a tus clientes": Ford se lo sabía muy bien: si quería vender más coches también sus currelas debían poder comprarlos...

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