jueves, 14 de abril de 2016

La mistificación de Aroztegia

Hay palabras o expresiones que quedan bien, visten y, por ello, se utilizan con profusión, a menudo con sentidos desvariados cuando no aberrantes. Tal ocurre con el término desarrollo económico. En su día sustituyó al de crecimiento, más concreto y que empezaba a estar mal visto por sus claras y negativas implicaciones sociales, económicas y ambientales en su planteamiento a ultranza. Hoy, dando un paso más, el calificativo tiende a intercambiarse por el de sostenible, que parece tener resonancias de respeto ambiental, si bien la promiscuidad de su uso y los contextos en que ocurre llevan a pensar que, con demasiada frecuencia, cuando se habla de desarrollo sostenible se quiere decir —o, en realidad, evitar decir— algo tan inherentemente insostenible como crecimiento sostenido.

Precisamente estos días se ha esgrimido, como justificación fundamental, ultima ratio regum, que el proyecto de Aroztegia favorece el desarrollo económico de Baztán y, por tanto, de Navarra, aseveración que habría que atribuir a un rasgo demasiado frecuente en el discurso político al uso, su insustancialidad trufada de lugares comunes. Tanta contundencia se revela huera a falta de argumentaciones, de demostraciones, que no se ven por ningún lado, más allá del interés concreto de un proyecto empresarial. Más aún, parece que lo ocurrido en estos últimos años se ha olvidado, que sus traumáticas secuelas se han evaporado de la noche a la mañana, y volvemos a abrazar un modelo de “desarrollo” basado en la promoción inmobiliaria.

Para empezar, estamos ante un ejemplo más de utilización torticera del PSIS como instrumento de imposición sobre la capacidad de decisión y la autonomía municipal y cuya aprobación tiene como primera consecuencia la generación de derechos indemnizatorios y, por tanto, de hipotecas en la capacidad de actuación pública en el futuro. Ya se sabe que en el artículo 42 de la ley foral de ordenación del territorio cabe casi cualquier cosa (por si acaso, sucesivas reformas de su redacción se han ocupado de asegurarlo). Y aún así, sólo con mucha generosidad interpretativa se puede encajar Aroztegia en esa figura. Ahí está la declaración de incidencia supramunicipal, que desvirtúa completamente el concepto.

Pero se va más lejos, al afirmar que el proyecto tiene incidencia estratégica, por cuanto desarrolla las directrices de la Estrategia Territorial de Navarra (ETN) y del Plan de Ordenación Territorial de la Navarra atlántica (POT2). Es evidente que puede encajar con algunas directrices de la ETN, pero se compadece mal o incluso está en abierta contradicción con otras; véanse, por ejemplo la 38, 52, 61, 66 y 72 y júzguese. En cuanto al POT cabe discutir su acomodación, por ejemplo, a lo establecido en los artículos 33, 34, 41, 42 y 81.

Por otra parte, es llamativo que en los documentos del Gobierno relacionados con el proyecto la justificación descansa fundamentalmente —por no decir exclusivamente— en el proyecto hotelero, acerca del que no se han planteado objeciones mayores, entre otras cosas porque cumple con ese objetivo compartido de atraer turismo de calidad al valle. Sin embargo, la empresa promotora se niega a deslindarlo del residencial, que es el punto de discusión.

El complejo residencial es difícilmente defendible si atendemos a consideraciones de estructuración del territorio, preservación de la calidad del paisaje, sostenibilidad, geografía humana y configuración de asentamientos; elementos todos ellos que conjuntamente moldean el atractivo de Baztán para ese turismo de calidad que se pretende fomentar. En un valle con quince pueblos en el que once tienen menos de 400 habitantes y seis menos de 200, construir un nuevo núcleo con 228 viviendas que podría ser el tercero —o incluso segundo— en población es una auténtica ocurrencia que se puede entender poniéndonos en el lugar de quien la lanza, una empresa privada; y si cuela, cuela. Pero lo que resulta del todo incomprensible es que sea acogida, mimada y jaleada por el Gobierno de Navarra, el anterior y el actual. La mezcla interesada del proyecto hotelero y el residencial pone de manifiesto que, en última instancia, estamos ante una operación puramente inmobiliaria.

Uno de los grandes problemas de los desarrollos urbanos en los años de la burbuja inmobiliaria fue que la planificación urbana avanzaba a golpe de planes privados de desarrollo inmobiliario, con la única lógica del beneficio esperado por los promotores. Una forma de actuar —o de dejar de actuar— que trajo resultados funestos y que nos volvemos a encontrar en Aroztegia, esta vez con la excusa del “turismo residencial”. La idea es simple: en la medida en que el binomio hotel-campo de golf pueda generar beneficios inmobiliarios (plusvalías) en su entorno inmediato, se trata de capturarlos en su totalidad a través de la promoción residencial. Si el momento no es propicio, queda ahí a espera de tiempos mejores, con la seguridad de que cualquier cambio de uso deberá ser adecuadamente indemnizado. No hay pérdida posible, no hay riesgo.

No hay nada que objetar a que se fomente la segunda residencia como forma de generar actividad adicional en el valle, teniendo siempre en cuenta que no es turismo propiamente dicho. De hecho, en España el turista residencial gasta de media en torno a la tercera parte que el turista hotelero. Pero en una zona como Baztán lo lógico, sensato y sostenible es hacerlo mediante la rehabilitación y puesta en valor del patrimonio ya existente y, en su caso, su expansión armónica a partir de los actuales núcleos urbanos y no creando otros nuevos.

Aún hay un último aspecto a considerar. El anterior Gobierno de Navarra insistía en la bondad del proyecto para la creación de “empleo femenino”. Lo dijo el consejero del ramo en el Parlamento y lo dice el Acuerdo de declaración del proyecto como de incidencia supramunicipal. También lo exhibe algún cargo político del grupo hegemónico del actual Gobierno. Podemos hablar de empleo de calidad; de igualdad en el acceso al empleo para las mujeres; si me apuran, hasta de empleo acomodado a las cualificaciones existentes en la población activa femenina. Pero a día de hoy el concepto de “empleo femenino” apela a ocupaciones feminizadas que son, en su inmensa mayoría, empleos precarios y de baja calidad. ¿Es eso lo que se quiere para Baztán?

En suma, ni desarrollo económico, ni desarrollo sostenible, ni empleo de calidad. Una operación puramente inmobiliaria. ¿Cambio? ¿Gatopardismo foral?

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