Gráfico 1 |
Aquí es donde llega lo que puede denominarse la fase de la pataleta: a falta de otras armas y, a menudo, también de mimbres solventes con los que tejer el discurso; y ante la evidencia inasumible de que hay nuevos inquilinos en "nuestra" finca, de que las cosas funcionan —e incluso funcionan mejor—, se recurre al insulto, el exabrupto, el apocalipsis permanente. Esta fase dura más o menos, según la capacidad, el capital humano y la calidad del entramado organizativo, que tienen mucho que ver con el ritmo y rapidez del duelo.
Pues bien, UPN ha pasado directamente a la fase de la pataleta, su discurso es el del caos y su estrategia la conversión de cualquier aspecto de la vida política y ciudadana —incluyendo misas, procesiones o fracs—, en campos de batalla del enfrentamiento civil permanente. No es una estrategia inventada por UPN, sino que suele ser habitual, especialmente en la derecha, más dada a considerar que sus intereses son los únicos merecedores de la atención de lo público que, por ello, pasa con naturalidad a formar parte de "lo suyo". Ahí está la desabrida y malencarada legislatura del "váyase, señor González" o la pancartera y episcopal del nunca asimilado triunfo de Rodríguez Zapatero.
Por cierto, permítaseme el inciso, la estrategia política del PPN no va a la zaga de la de UPN y el partido se halla instalado en una suerte de milenarismo político en el que la falta de ideas o de argumentos parece suplirse exclusivamente con superlativos de la catástrofe o la magnificación de un argumentario ya de por sí pobre. Un partido que deja España como un erial, se mire por donde se mire y que debería haberse disuelto hace mucho, sólo por dignidad (o vergüenza torera, ya que hablamos del PP).
Pero a lo que iba. Lo trágico deviene cómico a base de desmesura. Cuando un partido deja a Navarra como la ha dejado UPN, proclamar el hundimiento irremediable de nuestra sociedad a cada momento o poner como ejemplo lo hecho con anterioridad, vestido con tules edénicos, generará titulares o afianzará en sus convicciones a los más irreductibles, pero es una estrategia perdedora, ahogada en su inverosimilitud.
Uno de los casos más discutidos ha sido el de las listas de espera sanitarias. Se publican los datos de diciembre de 2015 y UPN se lanza en tromba esgrimiéndolos como si fueran el arma definitiva, la ultima ratio regum, que diría Richelieu. Ya de principio suena patético para un partido que salió del Gobierno en agosto. Pero llega al ridículo y al esperpento cuando se critica una cifra como si hubiera surgido por generación espontánea, como si hasta agosto de 2015 la lista de espera fuera inexistente, como si la gestión de la sanidad pública hubiera sido modélica hasta ese funesto agosto. Y eso ya son ruedas de molino.
Por situar las cosas en su contexto y con el único ánimo de contribuir a asentar el debate, veamos los datos desnudos. El gráfico 1 muestra la evolución de las listas de espera desde 2003. La evolución es un tanto extraña, pero su análisis queda para otro momento. En todo caso, sería interesante hurgar en la hemeroteca para cotejar lo que se decía que pasaba y lo que realmente pasaba entre junio de 2010 y diciembre de 2014, en que alcanza un récord de casi 60.000 personas. Pretender que el nuevo Gobierno resuelva esa situación en cuatro meses dice mucho de la calidad del discurso. O bien se le está presuponiendo una capacidad excepcional; o, alternativamente, se está reconociendo la incapacidad propia y la pésima gestión realizada. Ninguna de las alternativas que la lógica dicta para explicar el exabrupto favorece a UPN.
Gráfico 2 |
Ese es el análisis que ha manejado UPN, porque cree que le favorece. Eso sí, solo se fija en los dos últimos datos.
Gráfico 3 |
Veremos si para entonces se ha pasado la pataleta. Aunque el primer "váyase, señora Barkos" tan temprana y agriamente deslizado no parece augurarlo. Aunque si yo fuera Barkos tampoco me preocuparía mucho. Si me apuran, hasta lo fomentaría.
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