martes, 4 de agosto de 2015

Gobierno de cambio o cambio de Gobierno: una aclaración necesaria

El cambio político en Navarra abre una etapa inédita con abundantes novedades y nada de ese apocalipsis que la derecha se empeñaba en anunciar con escasa fortuna electoral y política (o quizá algo sí, la hermenéutica da para mucho: “Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza” (Ap 12, 1)). Muy probablemente su verdadero temor es que tal cambio ponga de manifiesto la falsedad de un discurso bastardo utilizado durante demasiado tiempo para disuadir, atemorizar y retener a un electorado que, de otra forma, difícilmente hubiera perdonado sus abundantes desmanes; temor de que la ciudadanía se percate de que se trata sólo de alternancia democrática, con las lógicas discrepancias, faltaría más, sobre los principios, las prioridades y las formas en la gestión de la república.

Lo cierto es que el cambio se ha producido sin mayores estridencias y ya comienza a aportar aires saludables a la por muchos años enrarecida y asfixiante atmósfera política navarra. Cosas que deberían ser naturales, incluso banales, como la cotidianidad del uso del euskera en las instituciones, la relajación de usos y actitudes o el fin de un endiosamiento institucional impropio de una comunidad tan pequeña son buenos ejemplos. Y ello a pesar de las pataletas, rabietas y salidas de tono de quienes aún tienen pendiente un largo duelo por la pérdida de lo que ilícitamente consideraban su finca particular. O a pesar también de las furibundas campañas de la caverna mediática, en una algarabía que va más allá de la mera manipulación y se adentra en el territorio de la mentira o, lo que es peor aún, la ignorancia; pero hace ya mucho que dejamos de esperar coherencia, rigor y no ya verdad, siquiera verosimilitud de esos medios.

El nuevo Gobierno acaba de echar a andar, prácticamente está analizando el terreno, y ya llegará el tiempo de la toma de decisiones y del análisis de las mismas y de sus resultados. No obstante, su configuración y la manera en que a ella se ha llegado merecen algún comentario. Ya iremos viendo si son o no síntoma de algo.

La base de actuación, la hoja de ruta, es un acuerdo programático firmado por los cuatro grupos parlamentarios que apoyaron la investidura de Barkos. Acuerdo amplio y que pretende ser exhaustivo, aunque inevitablemente en los temas más espinosos o complicados para la consecución de consensos transita por una considerable ambigüedad, lo que no necesariamente es negativo ni tiene por qué generar rémoras en el funcionamiento del Gobierno. Ahora bien, por amplio y minucioso que sea, el acuerdo programático implica un compromiso de acción en sus contenidos concretos, pero no en los que se quedan fuera. Es presumible que abarque una porción relativamente reducida de la actividad gubernamental efectiva, por lo que gran parte de la tarea de gobierno se va a centrar en aspectos no contemplados en dicho acuerdo y puede condicionarlo, neutralizarlo e, incluso, revertirlo de facto. Adicionalmente, hay que tener en cuenta que un mismo programa dará resultados distintos, hasta divergentes, según los objetivos finales, las preferencias y la visión del mundo de quien lo aplique. Es justamente en este contexto donde se aprecia en su verdadera dimensión la composición del Gobierno y surgen motivos, si no para la inquietud, sí al menos para la prevención.

En el actual Parlamento de Navarra la izquierda tiene un elevado peso, históricamente inusual, puesto que ocupa, al menos, la tercera parte del mismo. Peso que es aún mayor en la mayoría de gobierno, diecisiete escaños sobre veintiséis, a los que hay que añadir el indiscutible y abundante voto de izquierda que ha recibido Geroa Bai, de atender a lo que reiteradamente vienen mostrando los estudios de opinión. Sin embargo, la gestión del día a día que cabe esperar de la composición del Gobierno tendrá poco que ver con esa realidad sociopolítica. En el caso de las políticas económicas es aún más flagrante, puesto que la totalidad de la gestión económica de Navarra se deja en manos del sector más a la derecha (en términos relativos), no sólo de la mayoría de gobierno, sino de la propia Geroa Bai. Sorprende que EH Bildu, con sólo un escaño menos que Geroa Bai y Podemos, con dos, hayan transigido en esta cuestión.

Esto puede tener que ver con dos aspectos relacionados con la negociación: el primero, de lo que ha trascendido públicamente da la impresión de que aquélla, en lugar de dirigirse a la búsqueda de consensos, se ha basado más bien en la imposición y en la pretensión de ocupar la mayor parcela posible en el Gobierno en ciernes, cediendo el mínimo imprescindible para conseguir acuerdos; ello ha dado lugar a la exhibición de modos tajantes y autoritarios que inmediatamente sugieren modelos poco deseables. El segundo, que no es aventurado presumir en la configuración del Gobierno una voluntad deliberada por complacer o, al menos, no disgustar a determinados colectivos socioeconómicos que suelen colocarse bajo la etiqueta de “poderes fácticos”. Sería muy grave que se desvirtúe, diluya o imposibilite el cambio social y económico, simplemente para no incomodar a quienes, desde sus diversas y privilegiadas atalayas, han trabajado activamente y sin ningún reparo para que tal cambio no se produzca. Cambiar todo para que nada cambie en una suerte de gatopardismo foral. Por el contrario, poco o nada ha parecido pesar la opinión o posible reacción al respecto de colectivos sociales o económicos que, sin embargo, son los que están haciendo posible ese Gobierno. Sería un auténtico fiasco que la acción de gobierno se limitara a gestionar lo que hay dotándolo de barniz social, pero sin acometer reformas estructurales que aseguren, por ejemplo, la sostenibilidad de un sistema de prestaciones sociales mínimo y garantizado o la reducción de las desigualdades.

Es pronto aún y es necesario dar un margen de confianza al nuevo ejecutivo. Pero eso no significa carta blanca o aceptación acrítica de cuanto acometa. El actual Gobierno lo es de reconciliación y de normalización, que ya es mucho. Debe demostrar, además, que es un Gobierno de cambio y de transformación.

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