Podría decirse que el informe de coyuntura económica de Navarra del tercer trimestre de 2012 arroja luz sobre la situación en que nos encontramos. Pero es una luz que únicamente descubre sombras, puntos negros y malos presagios. No creo que, a estas alturas, a nadie le parezca alarmista o fuera de lugar constatar que la cosa está mal, chunga, achuchada… Mal.
Pero hay tres aspectos muy concretos en los que me quisiera detener. El primero, que la Administración Pública, el sector público, es un agente de primer orden en la situación que vivimos o, por mejor decir, padecemos. Así, como puede verse en la primera tabla, el gasto en consumo final de las Administraciones acelera su caída en tasas interanuales, -4,2% en el tercer trimestre (en términos reales), para una caída media de la demanda interna del 2,8%. Esto significa que la Administración es responsable de 7 décimas de caída del PIB, que ha sido del 1,8%. Es decir, del 40%. Es, pues, un agente activo en el retroceso económico.
El segundo aspecto tiene que ver con la evolución de importaciones y exportaciones. Ambas caen en los tres primeros trimestres de 2012. Sn embargo, si observamos su impacto sobre el PIB, éste es positivo. Dicho de otra forma, el sector exterior de la economía de Navarra contribuye a frenar el retroceso económico. ¿Cómo puede ser esto si caen tanto importaciones como exportaciones? La respuesta es que las importaciones se reducen más que las exportaciones. Dentro de lo malo, no es lo peor que puede pasar. Pero ello no debe hacernos perder de vista que uno de los pilares básicos de la economía navarra, el sector exportador, está en retroceso. Las causas no son difíciles de encontrar: la economía española se arrastra desfalleciente en el fondo del pozo y las europeas están perdiendo empuje.
Un tercer aspecto reseñable tiene que ver con las rentas, con la distribución del producto. El informe no proporciona datos reales, sino nominales (seguna tabla). Si observamos la evolución de la remuneración de asalariados y excedente bruto de explotación (beneficios empresariales), ambas magnitudes han ido perdiendo fuelle. Pero no de la misma manera ni en la misma cuantía: los salarios caen desde el cuarto trimestre de 2011 y lo hacen cada vez más deprisa. Los beneficios, por su parte, crecen a un ritmo cada vez menor, aunque han repuntado en el tercer trimestre de 2012. La divergencia en la evolución de ambos tipos de rentas da lugar a cambios en la proporción que representan en el conjunto de la renta, agudizando una tendencia que viene ya de muy atrás, de pérdida de importancia de los salarios.
A dicha tendencia no es ajena la política de reducción de la fiscalidad a las rentas más altas y las del capital, como tampoco el aumento de las desigualdades sociales. La justificación de tales medidas era fomentar el ahorro y, por tanto, la inversión, algo que no ha ocurrido.
Es cierto que parte de la reducción del peso de los salarios se debe al incremento del desempleo, pero si miramos la remuneración por asalariado, ésta también se reduce en términos reales. También está cayendo el coste laboral unitario. Estos datos pueden ser síntomas de lo que ahora se denomina “devaluación interna”, esto es, la reducción de costes con el fin, se dice y es muy discutible, de ganar competitividad. Costes que son, ocioso es decirlo, fundamentalmente salariales. El pastel, la renta, parece ser del mismo tamaño, sólo que ahora se distribuye de otra manera.
En conclusión, al negro panorama económico hay que añadir el aumento de las desigualdades, la depauperación del trabajo y una política suicida a medio plazo que pretende ganar competitividad por la vía de la reducción de costes. Con estos mimbres sólo cabe esperar la pérdida de calidad del tejido económico, la desestructuración y la fractura social.
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