En todo ese elenco de menesterosos
urgidos de ayuda, se suele olvidar a las concesionarias de algunas autopistas:
las radiales de Madrid (R-2, R-3, R-4 y R-5), la del aeropuerto de Barajas, la
Madrid-Toledo, Alicante-Cartagena, Cartagena-Vera, circunvalación de Alicante,
Ocaña-La Roda y Alto de las Pedrizas-Málaga. Entre los accionistas de estas
concesionarias están Abertis, Acciona, ACS, FCC, Ferrovial, Itínere y OHL y
diversos bancos y cajas. Entre los acreedores, cómo no, las principales
entidades financieras (como Santander, BBVA, La Caixa, Caja Madrid, Deutsche
Bank, Popular, Sabadell, Crédit Agricole, Unicaja o Cajasur).
Esta ayuda pareció escasa desde el
principio a las concesionarias, que piden más. Concretamente, reclaman que se
prolongue por veinte años y se doten 120 millones anuales. El Gobierno, al
parecer, considera ese plazo excesivo, pero está dispuesto a garantizar los
ingresos durante quince años.
La culpa la tiene el escaso tráfico,
por la crisis. Pero alguna culpa tiene también aquella brillante ley del suelo
del PP, que trajo consigo una escasez relativa de suelo y su encarecimiento (deberían
leer más y con más atención a esos economistas clásicos de los que se proclaman
herederos) y dio lugar a que las indemnizaciones por expropiaciones se
multiplicaran por seis (de los previstos 300 millones a casi 1.900). Poco
tráfico implica bajos ingresos. Esos ingresos no cubren los gastos, a veces ni
siquiera los financieros. Eso implica que los accionistas deberían aportar
fondos propios. Como no están por la labor (¿quién le pone el cascabel al
gato?) ¿cuál es la solución? Que provea el Estado (Botín estuvo en la misa del
papa en la JMJ; y Rato; y Koplowitz, todos son muy católicos, pero hasta ahí
llegan: el "Dios proveerá" queda para los pobres, a los ricos les
provee el Estado, esto es, los pobres y la clase media). Como quizá la presión
de las concesionarias es insuficiente, representantes de los principales bancos,
con el Santander a la cabeza (¡qué raro!) acuden presurosos al Ministerio de
Fomento a presionar (Cinco Días,
26/8/2011).
La baza negociadora se entiende
fácilmente: como el Estado es el propietario en última instancia de los
terrenos y de las infraestructuras, dicen, debe responder de las deudas. Le
sale, pues, más barato ayudar que nacionalizar o dejar quebrar a las
concesionarias. La pregunta subsiguiente es: ¿dónde está el riesgo empresarial?
Tanto llenar el discurso de palabras altisonantes como riesgo, capacidad
emprendedora, creación de riqueza, bla, bla, bla... y no hay nada de eso, sólo
hay pura especulación, con cifras quién sabe si ajustadas o falseadas en
función de las necesidades, pero sin asunción de riesgos. Éstos se transfieren
al sector público. Ni siquiera habrá gestores despedidos por llevar la empresa
a la quiebra. Tampoco verán mermadas sus retribuciones, al contrario, puede que
hasta se incrementen, puesto que la extorsión al sector público generará más
ingresos y la mejora de la situación financiera. Mientras tanto, caen chuzos de
punta sobre las capas sociales más desfavorecidas y esos mismos banqueros que
acuden al Ministerio de Fomento a presionar, presionan también para que se
reduzcan prestaciones sociales (con el inestimable y mercenario concurso de
científicos independientes o think tanks).
Puede que, efectivamente, esa ayuda sea
la única alternativa. Puede. Pero si es así, significa que algo se ha hecho
mal, sea en las estimaciones de tráfico (y por tanto al apreciar la necesidad
misma de la infraestructura), sea en las de costes, sea en la gestión
financiera de estas empresas, o en la relación causa-efecto de la toma de
decisiones. Porque cada vez es más vívida la impresión de que el Estado está al
servicio de unos intereses económicos y empresariales muy concretos e identificables,
que determinan la dirección de las políticas públicas según sus necesidades en
cada momento y chantajean al sector público. Hacen trampa, juegan con las
cartas marcadas.
Esta crisis ha mostrado que muchas
cosas, demasiadas, se estaban haciendo mal. Interesadamente, los focos se han
dirigido hacia cuestiones como las prestaciones por desempleo, gastos sociales,
mercado de trabajo, pero no está ahí la madre del cordero. Es urgente un
planteamiento nuevo que rompa de una vez con esta situación de dependencia de
intereses que ni promueven necesariamente el bien común (sólo en la medida en
que les genera rendimientos suficientes) ni cuya optimización lleva (por los
delirantes entresijos de la mano invisible) a la del bienestar común. Las
próximas elecciones generales ofrecen una espléndida ocasión para reflexionar
sobre ello.
Juan Carlos, siempre revelador. Eres lo mejor del Twitter.
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