Conseguida la igualdad de sexos en los textos jurídicos (y todavía hay asperezas que limar, reflejos que corregir, hábitos que erradicar), no llegamos a ser conscientes de la invisibilidad de las mujeres en los procesos históricos, políticos, económicos, culturales y sociales. No porque no hayan participado en los mismos, no en vano son la mitad de la Humanidad, sino porque esos procesos han sido, no ya, pues, protagonizados, sino descritos, contados, juzgados, por varones, con pluma de varón y con una visión masculina. Hay un trabajo ingente que hacer para sacar a la luz, visibilizar, a las mujeres. En esta tarea, el trabajo de algunas historiadoras feministas es loable y digno de consideración, no sólo social o cultural, sino científica.
Por ejemplo, el libro de Silvia Federici Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Traficantes de Sueños, Madrid, 2010; edición original en inglés de 2004). Federici inserta la caza de brujas en el proceso general de acumulación originaria que permite el paso al sistema capitalista. Y al igual que hay una expropiación masiva del proletariado con los cercamientos (enclosure acts en su versión inglesa), la caza de brujas es una inmensa operación de expropiación de la sexualidad y la capacidad reproductiva femenina. La mujer es desposeída de su propio cuerpo y se le asigna como papel social fundamental la reproducción. Fenómenos como la criminalización de la prostitución, la división sexual del trabajo, la exclusión de las mujeres de muchas ocupaciones y actividades y su reclusión en el ámbito doméstico, son aspectos de un mismo fenómeno.
Pero el libro va más allá y relaciona ese proceso con otros que se observan actualmente, con la tan traída y llevada globalización. La reducción de las mujeres a un papel vicario e invisible socialmente, obligadas a un trabajo no pagado pero esencial para el mantenimiento de la productividad del proletariado no difiere mucho de la utilización actual de mano de obra abundante y barata en países pobres para asegurar la reproducción del sistema. Tal como afirma la autora en la introducción, "Si el capitalismo ha sido capaz de reproducirse, ello sólo se debe al entramado de desigualdades que ha construido en el cuerpo del proletariado mundial y a su capacidad de globalizar la explotación. Este proceso sigue desplegándose ante nuestros ojos, tal y como lo ha hecho a lo largo de los últimos 500 años". Y añade, en lo que puede ser un resquicio para la esperanza: "La diferencia radica en que hoy en día la resistencia también ha alcanzado una dimensión global".
En suma, un trabajo muy sugerente y una buena forma de aprovechar los ocios caniculares.
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