jueves, 14 de julio de 2011

La despedida de los gigantes y la fagocitosis municipal

Desde hace muchos años, coincidiendo, y no por casualidad, con gobiernos municipales de derechas, se observa una tendencia a ir vaciando los sanfermines de cualquier contenido espontáneo, autoorganizado y no digamos ya reivindicativo. A veces se consigue mediante la nuda prohibición; otras, "administrativizando" el evento incluyéndolo en el programa oficial y entrando a saco, en consecuencia, en su diseño, organización y pautas de funcionamiento. Esta vía es particularmente cara a la derecha, que tiene tanto horror, no ya al caos, sino simplemente a la libertad o la espontaneidad, como la naturaleza al vacío. Un horror vacui genético que le lleva a "ordenar" (en su doble sentido de orden y de ordenanza, y ello a pesar del mito liberal antiintervencionista) cuanto se le pone por delante. Así ocurrió en su día con el txupinazo o con el pobre de mí. Así se pretendió con el riau-riau que, finalmente ingobernable, fue suprimido. Hay muchos otros ejemplos de esa obsesión por encorsetar cualquier evento en el estrecho y agobiante marco del programa oficial. Este año le ha tocado a la despedida de los gigantes.

El pasado 2010, para celebrar el centenario de la Comparsa, pareció conveniente homenajearla, despidiéndola de forma más “oficial” en la Plaza Consistorial. Como la historia salió bien, el Ayuntamiento decidió repetir este año. Dicho y hecho. Dado el enfermizo culto que se rinde a la costumbre en esta tierra, el año que viene la excusa será precisamente que es costumbre (dos años son una barbaridad). El siguiente se habrá convertido en tradición ancestral. Es lo que toca.

Pero la despedida de los gigantes ya existía. Y hace muchos años. Surgió espontáneamente y en su lugar natural, la estación de autobuses. ¿Qué necesidad hay de, aprovechando ese tirón, apropiarse de ella para lucimiento de la Corporación Municipal y especialmente del alcalde? Hoy, la imagen de los gigantes tumbados entrando en el zaguán de la casa consistorial recordaba a un Gargantúa de voracidad sin límites fagocitando la espontaneidad y la escasa autoorganización que va quedando. ¿Cuál será el próximo? ¿Se fijarán normas y estándares, se requerirá licencia municipal y se adjudicarán plazas para los chupetes que se cuelgan de las manos de los gigantes? ¿Se tramitarán acreditaciones y carnés para correr el encierro (con el beneplácito de tanto casta de medio pelo complacido en su autoadjudicado papel de conocedor de las esencias encierriles)?

Hace unos días se ha homenajeado al Struendo de Iruña. A ver cuánto tarda en aparecer en el programa, con el Ayuntamiento organizándolo todo y designando a sus integrantes, dando pautas para los instrumentos y estableciendo esos límites a los decibelios que se ignoran para las campanas. Al tiempo.

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