martes, 2 de febrero de 2010

Navarra y su Universidad: ¿para quién gobierna UPN?

Que a UPN no le gusta la Universidad Pública de Navarra (UPNA) es un hecho ampliamente demostrado por la tozudez empírica de una actuación gubernamental que pasó primero por intentar hacer de ella un aborto alicorto, luego por ignorarla, como si fuera un absceso en el trasero de la culta y civilizada derecha navarra; y, finalmente, por pretender estrangularla financieramente, mermando poco a poco sus posibilidades de supervivencia. Este proceso se ha vuelto más descarnado con la llegada de Alberto Catalán a la consejería del ramo. Seguramente en ningún momento de la historia reciente de la Navarra cispirenaica hemos contemplado una gestión tan sectaria de la educación: a lo ocurrido con la UPNA hay que añadir la degradación de toda la enseñanza pública o el tratamiento al euskera, con la excusa de una crisis que, sin embargo, no ha estorbado el incremento de partidas presupuestarias muy sesgadas económica o ideológicamente.


Asistimos en los últimos meses a un acoso contumaz y sistemático, quizá buscando el derribo de una institución de calidad acreditada y demostrable (más allá de rankings mercenarios y tópicos al uso) en su doble vertiente docente e investigadora. A la asfixia económica (a duras penas ha conseguido la Universidad mantener su presupuesto del año pasado que, recordemos, ya sufrió una merma del 15% respecto a 2008), hay que añadir las mil triquiñuelas de todo tipo, incluyendo maliciosas insinuaciones ante la opinión pública. Así ocurrió con la aprobación del capítulo de gastos de personal, con la excusa de carencias de información y deslizando de forma apenas velada la idea de que se derrocha dinero con las nóminas. Las explicaciones dadas, tanto por el lehendakari Sanz como por el consejero, fueron confusas y contradictorias, para concluir que todo estaba bien (¿hay alguna institución en Navarra más controlada?) y dejando la sensación de que se trataba únicamente de incordiar y hacer daño a la institución.

En los intentos posteriores de justificar el proceder gubernamental se deslizan, entre obviedades y palabras huecas, algunos comentarios significativos. Así, el 14 de enero, el secretario general de UPN, García Adanero, manifestó que el «objetivo prioritario de UPN es que la aplicación de los fondos que se destinan a financiar a la Universidad Pública de Navarra sea la más adecuada posible». Nada que objetar, con la reserva de lo que entiendan por «adecuado». En un ejercicio de cinismo habitual en UPN en cuanto se refiere a la UPNA y que incluye manipulación de datos, cuando no mentiras descaradas, añadía que «una vez más vuelve a constatarse el respaldo y el apoyo del Gobierno de Navarra y de UPN a la financiación y desarrollo de la UPNA». La perla viene ahora: señaló García Adanero que «poner de manifiesto la necesidad de mejorar la gestión de la universidad no es en ningún caso una posición partidista, ni significa ir en contra de la UPNA, sino que lo que se pretende es que el empleo de los fondos públicos sea el mejor posible, adecuando los recursos a los objetivos pretendidos». Obras son amores. Puesto que conocemos sus preferencias en cuanto a los recursos, quizá podamos elucubrar sobre los objetivos que sean congruentes con aquéllas. Porque, ¿qué objetivos pueden ser compatibles con la reducción de tales recursos? Desde luego, tener una enseñanza superior pública de calidad o alcanzar esa supuesta modernización y cambio de modelo económico de los que tanto se habla, no.

Pero la derecha política navarra tiene un sesgo aldeano y casposo que aflora inevitablemente e impregna todo lo que emprende, sea cual sea el grado de sutileza (que ya es suponer) con que hubiera sido diseñado. Y así ha sido una vez más. Todo empezó como una insidiosa campaña para sembrar dudas y extender sospechas en torno a la UPNA. Se empieza apelando a la búsqueda de financiación externa; se repite hasta la saciedad que es la universidad mejor financiada; se deja entrever que se hace trampa con los presupuestos y que se remunera indebidamente a los profesores (las remuneraciones del personal son transparentes: ¿hay alguna manera de saber lo que perciben a cuenta de sus cargos Barcina o Sanz, por ejemplo? Tras mirar con lupa los gastos de personal, ¿no se les cayó la cara de vergüenza ante tanto mileurismo investigador frente al flagrante y endémico tresmileurismo digital de sus chiringuitos?). Pero, diríase una maldición, todo fue derivando hacia un sainete de la peor estofa, con la participación estelar del zarzuelero Sergio Sayas, inasequible al desaliento y al ridículo (parece empeñado en hacernos olvidar por elevación su actuación de la noche electoral).

Así llegamos a los supuestos informes policiales sobre vandalismo en la UPNA. Parecería, por lo que dicen, que el campus lo es, pero de entrenamiento de terroristas. Después de muchos dimes y diretes, idas y venidas, ratificaciones y aseveraciones, pero también de desmentidos sonrojantes de la Delegación del Gobierno y cuerpos y sindicatos policiales, resulta que los supuestos informes no son más que partes de incidencias rellenados por vigilantes de seguridad, en los que se da buena cuenta de fumaderos ilícitos en los lavabos, pintadas con tiza, colocación de carteles y hasta pequeños fuegos provocados por paseantes descuidados, junto a algunos actos, excepcionales, que, ciertamente, caben en la acepción de vandálicos y que, por lo mismo, son inadmisibles. Gallardamente fieles a la estrategia de sostenella e no enmendalla (qué esperar de quienes convierten la tozudez y la garrulería en rasgos idiosincrásicos a fomentar y de los que alardear y enorgullecerse), la calidad de la argumentación se va degradando y se pasa del argumento de autoridad que proporcionaría un informe policial al «con informe o sin él, todos sabemos lo que pasa en la UPNA». Pues bien, no lo sabe buena parte del personal que asiste con estupor a la polémica. No lo saben, al parecer, muchos estudiantes, cuando el propio Grupo Universitario reconoce que el ambiente es muy bueno y que la excepción está, precisamente, en unos incidentes que se quieren presentar como habituales. No lo sabe la misma Policía (ni siquiera la de Santamaría). Pero lo saben Sayas, Sanz o Barcina. Esperemos que no se empeñen en que la Policía Foral envíe un informe a la Audiencia Nacional o terminará procesada la Comunidad Universitaria en pleno (salvo, al decir de Barcina, las gentes de bien, esto es, las personas dispuestas a avalar sus astracanadas: el resto, como ya se sabe, son maleantes).

A UPN, decía, nunca le ha gustado la UPNA. En general, todo lo público le produce sarpullidos y parece concebir el presupuesto únicamente como un instrumento para alimentar la red clientelar que, con la complicidad y anuencia del PSN, le permite mantenerse en el poder. Pero la actual campaña va demasiado lejos para lo que la inteligencia política puede admitir. Mucho más lejos, desde luego, que un mero favor al maltrecho PSN (por otra parte de fácil conformar) para que pueda mejorar su imagen manipulando groseramente cuanto afecta a la UPNA. Por un lado, se da un toque de atención a la propia universidad para refrenar sus veleidades de servicio a la sociedad (¿aumentar el número de titulaciones? ¿y por qué no reducirlas?). Por otro, se envía un mensaje nada sutil a la sociedad: la UPNA es un nido de vándalos donde los vástagos de la «gente de bien» corren serio riesgo.

Tras la polémica vergonzosamente zanjada sobre los estudios de Medicina, con fundadas sospechas sobre quién va a gestionar el (público) centro de investigación biomédica (lo que implica dejar un campo tan sensible para el futuro de Navarra al albur de las obsesiones dogmáticas de algunos), en un contexto de cambio del mapa y la estructura de las titulaciones universitarias, a la vista del momento del año elegido (prematriculas, matrículas y otras zarandajas), quizá habría que preguntarse, como en las más simplonas novelas policíacas, a quién beneficia todo esto. O, si se quiere, ¿para quién gobierna UPN? Quizá el autor del desaguisado sea el mayordomo, pero no deja de ser un fiel servidor. Dios, que buen vassalo si ouiesse buen sennor!

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