martes, 15 de abril de 2008

República

Hoy voy a escribir sobre la República. El purismo de las fechas no deja de ser mera convención. De hecho, como es bien sabido, la bandera republicana se izó en Eibar un 13 de abril. Ramalazos jacobinos en un país que sólo da por buenas las cosas cuando ocurren en Madrid, se terminó celebrando el 14. Mi abuela, aludiendo a una efeméride familiar el 19 de julio, decía que era el día del Alzamiento. Y, según se mire, es verdad. Las primeras escaramuzas fueron el 17. Lo del 18 tuvo mucho que ver con un estado de la tecnología que obligó a Franco a salir de viaje con un día de antelación para llegar a tiempo a Marruecos. Y fue el 19 cuando Mola se pronunció…

Así que me pongo las fechas por montera: hoy, 15 de abril, toca República. Con mayúscula. Tengo que comenzar reconociendo una deuda intelectual y literaria con Haro Tecglen, republicano por excelencia y la excelencia republicana ejercida a través del periodismo. El apresuramiento inherente a la profesión de periodista genera un estilo peculiar en el que la pulcritud literaria no suele ser la norma, ni siquiera una preocupación primaria. Pero ese oficio es vivero también de grandes maestros en el arte de narrar cosas y en la manera de narrarlas. Uno de ellos fue, es, Haro. Otro, Kapuscinsky.

Escribo República con mayúscula precisamente porque me refiero a ella no sólo como un régimen político, sino como una idea, una visión del mundo y de las relaciones humanas organizadas en sociedad. La república como forma política tiene muchas versiones, algunas poco democráticas y hasta monstruosas (el mismo Mola pensaba en una dictadura con forma republicana). Como idea, alude al que seguramente es el mayor logro del pensamiento humano moderno, fruto de la Ilustración: la radical igualdad de los seres humanos, concretada en las sucesivas declaraciones de derechos. Otra cosa es su plasmación en cada sociedad. Pero para que tal versión más o menos aproximada al principio general pueda existir, es necesario que éste sea formulado. De tal igualdad se desprende, como un corolario deseado, el principio de la tolerancia. La intolerancia es desprecio al otro y surge de la conciencia de la desigualdad de los seres humanos. A quien se considera superior le asiste la razón, cree, para violentar, obligar, oprimir al inferior. Ese es precisamente el origen de las mayores desgracias de la Humanidad. Frente a los principios humanistas de igualdad y tolerancia, la monarquía se presenta como la consagración de la desigualdad y agrede la sensibilidad y la inteligencia. Y no hay igualdad y tolerancia sin educación y cultura, algo sobre lo que las cabezas pensantes de 1931 fueron especialmente conscientes.

A veces el 14 de abril se limita a la nostalgia por un régimen concreto, el de la II República española. Se enumeran sus muchos logros sociales y culturales. Surge inmediatamente, y es fácil, la comparación con la larga noche franquista (un retroceso brutal e inhabitual incluso en dictaduras aún más sanguinarias: cosas de la barbarie ibérica) y con las imperfecciones de la actual monarquía. Llega a dar la impresión de que república, progresismo e incluso izquierdismo son sinónimos. Que la república de 1931 era de izquierdas.

Pero no olvidemos que en el período republicano también gobernó un protofascista como Gil Robles o un populista estrambótico como Lerroux (por no hablar de la posición de la izquierda en relación con el sufragio femenino). Pero ésa es su grandeza. Hace un tiempo hubo bastante guasa con un error del gobernador de Florida Bush cuando denominó a Aznar «presidente de la república española». Mucho republicano de pro se declaraba partidario de la monarquía antes de que tal desatino se materializara. Yo disiento. Prefiero una república con Aznar como presidente a cualquier monarquía. A Aznar se le podría largar. Al rey (véase nuestro particular ciudadano Capeto) no. Ítem más, ser republicano es defender el derecho de cualquiera —de Aznar, llegado el caso— a ser presidente. Ésa es, insisto, la grandeza de la república.

También se observa una peculiar identificación entre grupos políticos concretos, la bandera tricolor y la idea republicana. Al parecer, por poner un ejemplo, no se puede ser de derechas y republicano. Por lo mismo, los nacionalistas vascos deben de ser monárquicos. Un republicano que se precie debe enarbolar la bandera tricolor y entonar el himno de Riego… Porque reivindico la igualdad y la tolerancia, reivindico la República. Sin banderas, sin himnos, sin falsas identificaciones.

Salud y República / Osasuna eta Errepublika

2 comentarios:

  1. Sin entrar en consideraciones sobre si era más o menos de izquierdas, en casa siempre se nos ha dicho que fue la época alegre, feliz, ... es que lo que vino despues

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  2. Que más da que sea uno u otro día, mientras mantengamos la esencia republicana y luchemos por (re)instaurarla. Si es que se puede reinstaurar algo que no ha sido abolido!!

    Mikel

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