Más allá de las proclamas políticas, de la propaganda o de presentaciones interesadas —por no decir manipuladas— de datos, la crisis de la empresa Sysmo pone de manifiesto con crudeza la realidad en la que nos toca movernos, los rasgos de la política industrial (por llamarla de alguna manera) que se ha venido realizando y, lo que es más grave, el marasmo profesional, laboral y humano a que se condena a buena parte de la mano de obra y especialmente a los más jóvenes.
Así, estamos acostumbrados a que se exhiba la buena evolución económica de Navarra, cifras de paro que nos sitúan de hecho en el pleno empleo (masculino) o una posición destacada en energías renovables. Las magnitudes macroeconómicas, las grandes cifras, son necesarias para estudiar, diagnosticar y, en su caso, diseñar medidas de política económica. Pero no deben tomarse como indicadores absolutos porque no son más que un resumen y, en cuanto tal, esconden situaciones que pueden ser muy dispares (la injusticia de las medias). Es, pues, necesario rascar en esas cifras para ver qué es lo que realmente contienen o si, como a veces ocurre, no son más que artefactos vacíos.
También es verdad que se tiende a demonizar a Volkswagen como si fuera la causa de todos los males industriales de Navarra. El sistema productivo no funciona como un apacible intercambio de cromos en el patio de un colegio; se asemeja más a una jungla en la que todos los actores intentan apoderarse del mayor trozo de pastel posible, en forma de beneficios, salarios u otras rentas. En ausencia de mecanismos sociales equilibradores, el más fuerte se termina por imponer. Seguramente esta forma de operar es más evidente en la industria del automóvil y, en parte, lo ocurrido con Sysmo es buen ejemplo de ello. Hubo un tiempo en que trabajar en ese sector significaba salarios elevados y buenas condiciones laborales. Eso ya sólo es cierto para algunas empresas, entre las que no se cuentan ni el propio ensamblador ni la mayoría de las instaladas en el parque de proveedores de Volkswagen que, en esencia, son talleres de montaje final, sin actividad productiva. Pero la situación se generaliza. En muchas actividades industriales y, por supuesto, en el sector servicios, el empleo que se crea es, en general, de muy baja calidad y mal pagado. La precarización es un hecho.
El primer problema que se plantea es que los bajos salarios no son una fuente duradera de ventajas competitivas, máxime en la industria, donde el peso de aquéllos en el coste total es pequeña, por lo que para obtener reducciones significativas de costes es necesario rebajar los salarios de forma notable. Y la reducción de salarios lleva consigo una menor calidad del empleo. Las consecuencias no afectan sólo a los directamente implicados (quienes pasan indiferentes ante las pancartas y manifestaciones de los trabajadores de Sysmo deberían reflexionar sobre ello) sino a la economía en su conjunto, cuya vulnerabilidad aumenta al reducirse la calidad del tejido productivo y, por tanto, la exposición a la competencia de países y regiones que siempre podrán ofrecer salarios más bajos.
Así pues, reducirlo todo a simples consideraciones logísticas o salariales, reclamar por enésima vez la liberalización del mercado de trabajo o respuestas similares impiden llegar a la raíz del problema. Tampoco hay que confiar en novedosos remedios mágicos fruto de la inspiración de iluminados. Los remedios son bien conocidos y nada espectaculares: se trata de mejorar la calidad de la inversión y la mano de obra, así como el nivel tecnológico de la economía. Hasta el consejero Miranda lo ha reconocido al hablar de un «nuevo modelo económico»: nuevo, con veinte años de retraso.
Ello requiere dos tipos de políticas: la industrial y tecnológica, por un lado, y la educativa por otro. En Navarra no ha existido, al menos en la última década, una política industrial merecedora de tal denominación. Las tímidas e inconexas actuaciones al respecto han tenido dos ejes: la industria del automóvil y la energía eólica. En el primer caso, el dinamismo del sector genera por sí mismo inversiones e implantaciones nuevas (no todas de igual calidad), por lo que las medidas públicas, especialmente si, como ha ocurrido, no son selectivas, tienen escaso efecto, subvencionándose actividades que surgirían igualmente sin esas ayudas. En el segundo, la claridad de ideas quedó de manifiesto palmariamente con la venta de EHN, un error de largo alcance, por la renuncia a desarrollar un sector con grandes posibilidades de futuro a partir de una empresa de gran tamaño y, lo que es más importante, con centro de decisión en Navarra. Entre otros efectos negativos, el Gobierno de Navarra contribuyó así a agudizar uno de los mayores problemas de nuestra economía, cual es que las decisiones de los principales agentes se toman en otros lugares y dando prioridad a otros intereses.
La política tecnológica, por su parte, sólo puede calificarse de tímida, a remolque de las circunstancias y aplicando patrones estandarizados, como si todo consistiera en rellenar formularios. El último plan tecnológico aprobado (el tercero) ganó algo en ambición y la proximidad de las elecciones no fue seguramente ajena a ello. Pero, en conjunto, los planes aplicados se han propuesto objetivos modestos, con un enfoque exclusivamente de demanda y renunciando a hacer apuestas de futuro.
Por último, el sistema educativo viene sufriendo un deterioro fruto tanto del menor esfuerzo presupuestario como del adelgazamiento del sistema público, que deja un campo tan sensible social y económicamente como el de la formación profesional a la intemperie. Las perspectivas no son halagüeñas, si nos atenemos a lo anunciado por Sanz en el discurso de investidura.
En última instancia, se trata de decidir en qué lugar insertar nuestra economía: si compitiendo salarialmente con otras de nivel de desarrollo medio o bajo, o bien con las áreas más avanzadas, mediante la tecnología y el capital físico y humano. A pesar de pronunciamientos y declaraciones (el papel lo aguanta todo), los datos objetivos indican que, de seguir así las cosas, es más probable terminar en el primero.
(Diario de Noticias, 16 de octubre de 2007)
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