A punto estuvo nuestro lehendakari en funciones de quedarse sin voz, clamando contra la venta de Navarra o para evitar que Navarra fuese moneda de cambio. La derecha, quizá por afinidad, ha demostrado su aprovechamiento del magisterio de Goebbels, dedicando su mucha
pericia a la fabricación de artefactos con los que atacar al gobierno y acceder de nuevo a un poder del que se considera dueña natural. La mencionada venta de Navarra es un buen ejemplo, al igual que la ruptura de España a cuenta del Estatut , o la teoría de la conspiración , una y otra vez desmentida en las sesiones del juicio por el 11-M, sin que a nadie se le pase por la cabeza rectificación alguna o pedir disculpas por el vilipendio que han sufrido las víctimas.
Lo que son las cosas (arrieros todos al fin), apenas unas horas después de conocerse los resultados de las elecciones, Rajoy —cada vez más metido en su papel de duque de Alba— se dedicaba ya a usar Navarra, no ya como moneda sino como un cromo en un cambalache de patio de colegio: yo te doy Canarias, tú me das Navarra. Después de juntar unos miles de personas para gritar, entre otras cosas, que Navarra no se vende (o lindezas como esto es España y al que no le guste que se vaya), suena más bien a fraude. A lo mejor la costumbre de pertenecer al grupo parlamentario canario les lleva a mezclar churras con merinas y confundir territorios fiscales.
Usan Navarra como arma arrojadiza en sus obsesivas trapazas anti Zapatero, devaluándola (y devaluándonos) hasta extremos a los que sólo el capricho de los números pone coto (nada puede perder más del 100% de su valor), para escarnio e indignación —supongo— de tantos militantes y votantes de UPN que creyeron el discurso tremendista y votaron el 27 de mayo pensando que se ventilaba algo más que la permanencia de la derecha en el poder y el cambio político (no es que hayan cogido cariño a los cargos, beneficios, canonjías y prebendas, es que parecen haberse fundido con ellos, hasta considerarlos parte de su esencia —aquello por lo que una cosa es lo que es, que diría Aquino—).
En el colmo de la humillación para UPN y, sobre todo, para Navarra, el presidente del PP se pone a discutir nuestro futuro con el PSOE, primero a través de la prensa y después en el Congreso, pero siempre en Madrid; porque no se olvide que no ha sido Sanz quien, en un ejercicio más de su acreditado y acrisolado patriotismo, ha ofrecido el sacrificio de Navarra en el altar de la grandeza de España, sino Rajoy. Ignorando olímpicamente, por cierto, a Coalición Canaria, su antigua (y, al parecer, próxima) aliada: sería bueno tomar nota del sentido de la lealtad que se practica en el PP.
Que la palabra escrúpulos no está en el diccionario de Sanz (de la misma forma que reyno no está en el de la Academia) es cosa sabida, por reiterada. Pero que hayan tardado —él y Rajoy— tan poco en mostrar su verdadera cara asombra, porque hasta del más cínico se espera que
guarde las formas. La expresión de Rajoy ha sido, en este sentido, ilustrativa, puro franquismo sociológico: espera que en Navarra suceda lo que ha ocurrido siempre (y si no, manifestación, habrá que añadir). También dijo en su día que «Navarra será lo que los navarros y el resto de los españoles quieran»; la matización no es inocente. Y si no, hagan cuentas: según los datos oficiales, la población de Navarra es el 1,35% de la española. Lo que significa que, de hecho, Rajoy está diciendo que Navarra será «lo que el resto de los españoles quieran». Y se demuestra día a día. El mismo Acebes se ha dignado a dar la venia a UPN, al declarar que este partido «tiene toda la confianza del PP» para negociar: esto va adquiriendo tintes de sucursalismo bananero.
Los ejemplos se han sucedido la pasada semana y seguirán apareciendo perlas de calibre y calidad crecientes, a medida que se aproximen los momentos decisivos y —esperemos— se vayan difuminando las esperanzas de la derecha en la eficacia de sus chantajes. En el colmo de la incongruencia, ahora resulta que para Rajoy lo natural es un gobierno UPN-PSN, cuando hasta hace bien poco lo hubiera considerado contra natura, pecado nefando merecedor de todos los anatemas. Por supuesto, añade, si el PSN gobierna con Nafarroa Bai, significará que detrás hay un pacto. ¡Acabáramos! Es que de eso se trata, y sería deseable que, de darse el caso, se haga con transparencia. Aunque tal como lo ha formulado Rajoy suena igual que aquello que le dijo a Zapatero: «Si usted no cumple le pondrán bombas y, si no hay bombas, es porque ha
cedido». Manipulador y obsceno.
Elorriaga también ha aportado su granito de arena en esta feria del disparate, al afirmar que la voluntad del PP es llegar a acuerdos con partidos cuyas ideas y programas sean afines, evitando pactos extravagantes. Ahora resulta que UPN y PSN persiguen los mismos fines; que el pacto
de fuerzas progresistas para gobernar es extravagante , y no lo es un pacto entre un partido conservador y el PSN, cuyo único fundamento sería una supuesta amenaza inventada por la derecha precisamente para poner en el brete a los socialistas. Porque para Elorriaga el principal problema de Navarra es la presión del nacionalismo vasco y no el estado en que UPN deja la sanidad (la peor valorada), la educación, las desigualdades sociales o el fuero. Hay algo que nubla el entendimiento de estas gentes; esperemos que no sea contagioso.
UPN ha generado en estos años un clima de enfrentamiento civil entre navarros, siguiendo la estela del PP en Madrid, simplemente para mantenerse en el poder, renunciando a la pedagogía política. La consecuencia es visible en el mapa de Navarra a poco que se analicen los
resultados: hay una fractura que no sólo es política o social, sino espacial, alimentada por UPN en una estrategia insensata para consolidar los votos en el sur. El PSN tiene la oportunidad de frenar ese proceso —y, de paso, de asegurar su supervivencia política y organizativa— contribuyendo a la cohesión territorial de Navarra y convenciendo a los ciudadanos —el movimiento se demuestra andando— de que las mentiras vienen todas del mismo sitio y de que el cambio no sólo es posible, sino deseable.
En enero de este año Rajoy —erigiéndose una vez más en mercachifle de los intereses de Navarra— dijo a Zapatero en el Congreso: «No está en sus manos torcer la voluntad de los navarros». Esperemos que así sea. Pero no se olvide que quien eso dice busca a su vez hacerlo, con mentiras y manipulaciones.
(Diario de Noticias, 7 de junio de 2007)
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