Quod natura non dat Salamanticam non praestat. Así dice el aforismo, recogiendo una idea de sentido común y validez general... salvo en Navarra, donde debe ser adaptado y hasta rebatido o contradicho para expresar adecuadamente su realidad política: lo que las urnas no dan Ferraz lo presta, en el que quizá sea el mayor fiasco político que se haya dado en Navarra en los últimos treinta años; y eso que se puede exhibir un abultado muestrario. Como suele ser habitual, el protagonista es el PSN. Más bien sus dirigentes, porque la militancia ha dado una lección de dignidad, coherencia (Dios, que buen vassalo si ouesse buen sennor!) y ahora resignación. Algo le pasa a ese partido —experto en captar voto de izquierdas para entregar el poder a la derecha— porque desde las trapazas de Urralburu no deja de pifiarla una y otra vez. Cuando el electorado parece haber olvidado, perdonado o, al menos, superado la última, la vuelven a hacer. Curiosamente, los sucesivos protagonistas han ido a parar, en su mayor parte, a la cárcel o —de hecho o de derecho— a UPN.
La última, la alianza UPN-PSN (ahí andarán a la greña socialistas y convergentes toda la legislatura por ver quién se lleva los caramelos y se queda como bisagra), arrumbados como si nunca hubieran existido el «decálogo» de Sanz o las condiciones de Chivite para el pacto (la palabra de José Blanco es ahora suficiente para Sanz). Por supuesto, cada partido es libre de pactar y ayuntar sus votos y escaños con quien le parezca, aun a costa de alterar o contradecir flagrantemente los mensajes preelectorales.
Ahora bien, la manera como se ha llegado a la actual situación muestra, contradiciendo el chovinismo casposo y sucursalista de UPN (Navarra siempre p’alante, así se estrelle) o el engolamiento tecnocrático del PSN, que ni uno ni otro tiene capacidad de decisión sobre Navarra, convertida en juguete de intereses espurios, objeto de un peloteo desganado, como si los jugadores estuvieran —están— en otra cosa. Desde hace mucho se alimenta la autoestima de los navarros con el mito de que Navarra es una cuestión de Estado. Y se repite tanto que se asume con naturalidad como un dato. Lo ocurrido los últimos meses prueba que, lejos de eso, Navarra no es más que un instrumento cómodo para conseguir otros fines, porque si se pierde el envite el coste es reducido.
Muestra también la contumacia de Zapatero en gobernar según encuestas y sondeos, un vicio poco recomendable en política porque lleva a olvidarse de los principios y aboca a un pragmatismo desmedido. La primera consecuencia en el tema que nos ocupa —enésimo ejemplo de lo poco que cuenta Navarra en Madrid— es que el voto de un navarro (especialmente si va al PSOE) se valora mucho menos que el de un extremeño, un castellano o un murciano. Menos que esos votos que —dicen— perdería el PSOE en la España profunda si se aliara con Nafarroa Bai, votos de la manipulación, la mentira y la ignorancia. La segunda consecuencia es que Zapatero se echa en brazos —o se acerca un poco más— a ese sector del PSOE jacobino, nacionalista (español), y con un ramalazo autoritario y rancio, tan bien representado por gentes como Bono, Rodríguez Ibarra, Vázquez y hasta Guerra. Queda ya poco de ese Zapatero que llegó al Gobierno («no nos falles», le decían) cabalgando una ola de indignación pero también de convicción, dada la situación de auténtica emergencia democrática a que abocó el gobierno de Aznar. Además, los sondeos que tanto mira Zapatero muestran que entrar en el discurso mentiroso y manipulador del PP y actuar a la defensiva, justificándose continuamente en lugar de hacer pedagogía política, es una estrategia perdedora. De hecho, sólo han sido capaces de conseguir una ventaja de tres puntos (que se puede esfumar en cualquier momento), a pesar de algunos logros sociales y un panorama macroeconómico inmejorable (crecimiento, desempleo, inflación; otra cosa es lo que sale cuando se rasca en las cifras). Pero nadie en el PSOE se escandaliza ni responde a las impúdicas y vergonzosas declaraciones de San Gil a costa de Navarra en su rentrée política (contra lo que pueda parecer, quien más se inmiscuye desde la Comunidad Autónoma Vasca en los asuntos de Navarra es el PP que, para colmo, insiste en equipararla con Álava: la cuarta provincia que decía Sanz, es una realidad para el PP y el diktat llega no pocas veces desde Vitoria).
En Navarra hay un acuerdo, explícito o tácito, entre UPN y PSN para dejar fuera de cualquier cargo a Nafarroa Bai, con la justificación de una supuesta deslealtad institucional. Tanta pureza democrática parece ocultar únicamente miedo. Miedo a que si Nafarroa Bai asume responsabilidades de gobierno, se evidencie capacidad de gestión y un proyecto alternativo sin que, para colmo, pase nada. Porque la única fuerza política que, hoy por hoy, defiende la identidad de Navarra y pretende profundizar su autogobierno (su capacidad de decisión) es Nafarroa Bai. Así, unos y otros se quedarían sin coartada ideológica y, quizá, sin parte de sus votantes. El precio de esa actitud es el deterioro de la calidad de la democracia: se puede votar a Nafarroa Bai, pero no sirve de nada, porque para ello ya se apañan alianzas imposibles. Tampoco hay que sorprenderse mucho, cuando hay opciones a las que no es posible votar, la monarquía sigue siendo intocable y hasta se secuestran semanarios o se persiguen periódicos por ironizar sobre noticias nunca desmentidas.
Para el PP, que no oculta su alegría por una victoria más de su política de miedo y chantaje, es el triunfo de los que defienden España. Triste España la suya, que sólo puede mantenerse unida por la fuerza o desnaturalizando la democracia. Han optado por el palo en lugar de la convicción («venceréis, pero no convenceréis») y el PSOE se ha sumado obedientemente a esa estrategia. A mayor abundamiento, queda la sospecha de que el PSOE renunció a forzar unas nuevas elecciones (posibilidad que se barajó en algún momento) precisamente porque los sondeos mostraban que UPN no obtenía la mayoría absoluta.
Una de las imágenes de la campaña electoral del PSN presentaba a Puras aplaudido por Zapatero y el lema «el cambio que Navarra se merece». Ahora queda claro qué es lo que, para el PSOE, nos merecemos. En el siglo XVIII los moralistas distinguían entre la sodomía y la bestialidad, porque la primera era accessus ad non debitum sexum y la segunda concubitus cum individuo alterius speciei. ¿A cuál de ellas corresponderá el engendro UPSN? ¿O nos estaremos dejando engañar por las apariencias y no será más que debitum sexum?
(Diario de Noticias, 8 de agosto de 2007)
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