miércoles, 14 de marzo de 2007

¡Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!

Los comentarios del lehendakari Sanz sobre el polígrafo revelan un cabal conocimiento de su uso y funcionamiento, fruto quizá de un intenso seguimiento de los programas televisivos dedicados a la cosa. Si a ello unimos el tiempo que, con toda seguridad, dedica a cultivarse (es de sobra conocida su pertinaz afición a las lecturas sesudas), nos entra la duda de cuánto tiempo le quedará libre para gobernar. O quizá el alivio de que sólo le quede ese tiempo disponible. A saber hasta dónde llegaría con una mayor dedicación, máxime cuando parece estar empeñado en hacer cierta la profecía de Shakespeare y que Navarra sea el asombro del mundo: para aprender ni siquiera hará falta ir a Estados Unidos: eso que se ahorrarán andaluces y extremeños en pasajes. Y si la famosa frase nos parece ambigua, ya está Payne, frecuentador y adulador de los apologistas del franquismo, para decir (citado por Del Burgo) que Navarra será en las próximas elecciones “la región más importante del occidente europeo”; ahí es nada.

Y nunca mejor traído el chascarrillo del polígrafo que a cuenta de la manifestación del 17 de marzo, porque habría que ver “lo que diría” el artefacto al ser interrogado, por ejemplo, Rajoy sobre quién la ha ideado o sus motivos reales. Porque de lo visto y oído, se concluye que, además de intentar tumbar al gobierno en las barricadas (el PP intentando reeditar la Comuna de París), su objetivo es remachar que Navarra será lo que los navarros “y el resto de los españoles” (sobre todo el resto de los españoles) quieran. Afortunadamente, el lehendakari ha demostrado una vez más su extraordinario sentido de la oportunidad. Gracias a él, nos esperan unas semanas entretenidas que compensarán, seguro, el tedio que suele acompañar las campañas electorales.

Haciendo gala de hábitos saludables (mens sana in corpore sano, que diría Juvenal) los fastos de la reconquista comienzan con una marcha, a medio camino entre la Pasarela Cibeles y el Desfile de la Victoria. De forma natural, casi sin pretenderlo, acontecimientos tan magnos como el que se prepara suscitan remembranzas de hechos pasados, con los que inmediatamente surgen las analogías. Propondría tres: uno dramático, otro contrafactual o virtual y el tercero ridículo.

La primera similitud que viene a las mientes es también un paseo, el que se diera por Pamplona el infausto y triunfante Conde de Lerín un 24 de junio de 1512. Papel estelar representado en esta ocasión tan especial por el lehendakari Sanz, que sabrá aportar la desfachatez y el desparpajo que el personaje requiere y el guión exige. Ambos comparten esa catadura que ha pasado a la historia con el nombre del noruego Quisling. Junto a él, un Duque de Alba —caudillo militar enviado para poner las cosas en su sitio y restablecer el orden “como Dios manda” (nunca mejor dicho, habiendo bula papal de por medio)— remedado por Rajoy el de la barba florida, acompañado —cómo no— de Mayor Oreja en el papel del servicial Villalba. El dramatis personae se completa con algunos papeles menores, atribuidos —no sin riesgo, por su propensión al histrionismo y la sobreactuación— a Aguirre y San Gil.

La segunda similitud es virtual, es decir, lo que pudo ser y no fue. Hace unos meses Sanz amenazó —puerilmente, en la forma y el contenido— al gobierno de Zapatero con una nueva Gamazada. Conviene aclarar que usualmente se denomina así a lo que en realidad fue la “contragamazada”, esto es, la oposición a las medidas previstas por el ministro Gamazo y que eliminaban la autonomía fiscal de Navarra. Se celebró entonces una manifestación convocada por la Diputación Foral, que transcurrió entre ikurriñas y banderas rojas “separatistas”, a los sones del Gernikako arbola.

Dada la facilidad con que el lehendakari se deja traicionar por el subconsciente, así como su reconocida capacidad para plantearse cosas notoriamente complicadas (como bailar el Agur jaunak), no peca de audaz suponer que lo que realmente quería era organizar la manifestación que Gamazo —de haber tenido el pedigrí pancartero de nuestra derecha—hubiera convocado en Pamplona para celebrar la dilución del régimen foral y de la identidad de Navarra, bien arropado por supuestos ilustrados que confunden modernidad con uniformidad y no conciben la libertad si no es cargando de cadenas al prójimo. La presencia en la manifestación de reconocidos amigos del régimen fiscal de Navarra (Rajoy, Foro Ermua) así lo acredita. Ni siquiera hará falta la efigie de Gamazo: será la presencia más tangible de todas. Más, desde luego, que la de Alli; si le sirve de algo, en Lagartera hacen unos trajes particularmente apropiados para no pasar desapercibido (también puede ser que a esas alturas del evento ya no sepa dónde meterse).

Aún hay una referencia más: la manifestación que convocó Amadeo Marco en 1977, a punto ya de su jubilación, revindicando nada menos que la “reintegración foral plena”. A esas alturas, cuando los residuos del franquismo se apuntaban a la vía fraguista (salvo unos pocos resistentes inasequibles al desaliento) y teniendo en cuenta el significado del personaje, sonaba más a un experimento, versión foral de la república de Saló, que a un verdadero afán de modernización y autogobierno. Pasados los años del hambre, ni el señuelo del bocadillo sirvió para arropar al adusto convocante.

Sanz podrá quedarse con el precedente que quiera. Pero ninguno se compadece con el lema de la manifestación ni con los motivos que, machaconamente, una y otra vez, repiten él, Alli, Rajoy y toda la caverna mediática.

Volviendo a la televisión y al polígrafo, no dejo de preguntarme qué pasaría si al lehendakari Sanz le colocaran el artefacto. En un episodio de Los Simpson, Homer es sometido a una prueba del polígrafo. Mientras lo preparan, una operadora le explica su funcionamiento. Cuando ha terminado, pregunta: “¿Ha entendido?” Homer responde sin titubear con un rotundo “sí”. Ante esa respuesta, la máquina se incendia y explota. Pues eso.

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