Parece que hasta las matemáticas se alían con el bueno de Zapatero. Y si no, fíjense: si llamamos —como es habitual— Z al conjunto de los números enteros y consideramos aquéllos que son múltiplos de un número natural p, el resultado es un conjunto, Zp, cuya estructura se
denomina ideal. Quizá sea por esta concatenación de elementos favorecedores —todo recuerda las cartas astrales de los reyes de la Antigüedad— que de ser un bambi objeto de burlas y chistes fáciles, se ha convertido en la bestia negra de la derecha, un monstruo agazapado en las espesas brumas de las peores pesadillas del ZAR (el clan Zaplana-Acebes-Rajoy). Es cierto que el período de gobierno de Zapatero ha dado alas a cuantos, desanimados por el desbarajuste de los últimos años de gobierno de González y la regresión del aznarato, desconfiaban ya de la posibilidad de acometer cambios con una orientación progresista. Sin embargo, a medida que Zapatero y su gobierno perdían la virginidad (en política eso ocurre poco a poco y las más de las veces el interesado ni se entera) surgían sombras, medias tintas o francos incumplimientos que empobrecen el saldo final. Veamos algunos ejemplos.
En primer lugar, la conocida coloquialmente como Ley de la Memoria Histórica, uno de los señuelos en que el presidente más había insistido, dando a entender que se trataba de un empeño personal suyo. Era evidente que se imponía algún tipo de reparación a quienes soportaron incluso el oprobio de ser condenados por rebelión militar debido a su lealtad constitucional y republicana, sin que nadie se haya molestado en anular esas causas (no hablemos de enjuiciar a tantos responsables de aquello y de lo que vino después: ¿dónde está el Garzón chileno que haga aquí su trabajo?); y ello por mucho que pese a quienes se dedican a publicar esquelas de «asesinados por las hordas (marxistas, rojas, republicanas, póngase lo que mejor acomode)»; muertos que, en todo caso, no cesaron de generar honores, prebendas y aun pensiones durante bastante más de cuarenta años. Sin embargo, después de presentar un proyecto ya de por sí limitado, aunque admisible, la propia Presidencia del Gobierno dio instrucciones para rebajar y diluir drásticamente las pretensiones iniciales. La excusa, atraer al PP a un consenso al que difícilmente se va a prestar porque lleva mucho tiempo recibiendo en longitudes de onda incompatibles con emisores democráticos.
Un segundo aspecto a considerar del período de Zapatero es el de la inmigración. Después de un comienzo prometedor, incluyendo una regularización tan beneficiosa como mal explicada, se cae en la trampa pueril tendida por el PP a cuenta de la llegada de cayucos a Canarias (que es, recuérdese, una ínfima parte de la inmigración total) y comienzan los bandazos al socaire de las encuestas. Una de las consecuencias la estamos viendo estos días, con el vídeo del PP en el que se liga de forma nada sutil inmigración y delincuencia. Algo que ya hizo el Gobierno de Aznar en su día, violentando sus propias estadísticas para apelar a los instintos más viles.
Igualmente pobre ha sido la actuación gubernamental en relación con la financiación de la Iglesia y el tratamiento de la asignatura de religión, perdiéndose una nueva oportunidad y dejando el problema latente. Era una ocasión excelente para denunciar los inconstitucionales acuerdos con la Santa Sede, establecer unas relaciones España-Vaticano propias de estados modernos, resolver la escandalosa situación laboral de los profesores de religión (tolerada y, lo que es peor, financiada por el propio Estado) y llevar la impartición de doctrinas religiosas y el proselitismo a su ámbito natural. Lejos de eso, se eleva la financiación pública a la Iglesia nada menos que en un 40%. Para colmo, se vende la historia como si no fuera una subvención, sino una especie de derecho privativo de la Iglesia Católica y se da a entender que desaparece la financiación presupuestaria. El mismo obispo de Pamplona así lo afirma: «Esta modificación permitirá prescindir del complemento presupuestario que el Gobierno añadía cada año para completar el resultado de la asignación tributaria hasta la cantidad prevista». Debe quedar
claro que esa cantidad es sólo para sostenimiento del clero, no para las actividades sociales que puedan desempeñar organizaciones católicas, que se financian por otras vías. Por tanto, lo único que ha hecho el Gobierno ha sido incrementar más que generosamente la financiación de la Iglesia con cargo a los presupuestos públicos. Y a cambio sólo obtiene una oposición política feroz y muy sesgada hacia postulados extremistas, al tiempo que alienta la desobediencia civil (¿procesará algún juez al portavoz Camino?).
Para terminar el catálogo, la última rebaja fiscal, aprovechando el superávit presupuestario: una acción socialmente regresiva y que socava las bases de la acción redistribuidora que usualmente se reconoce al sector público. Y ello no por la existencia en sí del superávit. La idea del ministro Solbes de contemplar el objetivo del equilibrio presupuestario en el conjunto del ciclo económico es razonable. Las alegrías presupuestarias en fases expansivas terminan por ser dañinas para los más desfavorecidos cuando llegan las recesiones, porque el déficit se hace insostenible y da lugar a la reducción o eliminación de prestaciones sociales. Baste recordar lo que ocurrió durante la crisis de principios de los noventa. Pero traducir el superávit en rebajas fiscales cuando el Estado del Bienestar deja en España tanto que desear es otra historia. Debería ser la última medida en contemplar, nunca la primera.
Habría más aspectos de la actividad gubernamental a comentar, pero este pequeño catálogo es, entiendo, el más significativo. Da la impresión que se gobierna a golpe de encuestas y sondeos, algo peligroso y de resultados inciertos, porque relega ideologías y principios a favor de un
pragmatismo no siempre coherente. Como ejemplo, ahí tienen a Blair, a punto de concluir su período de gobierno sin logros particulares que exhibir, como no sea la guerra de Irak o la habilidad para ganar elecciones sin tener nada que ofrecer. Y, mientras tanto, practicando políticas de seguridad y derechos humanos dignos de la derecha más rancia en su obsesión por la ley y el orden. Zapatero olvida que ha llegado al Gobierno por el entusiasmo de una izquierda que busca algo más que un progresismo social de gestos. Si se empeña, como hizo en su día González, en sobornar a la clase media para mantenerse en el poder, olvidando su base social natural, se quedará sin base y sin poder.
(Diario de Noticias, 28 de noviembre de 2006)
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