Cuando el régimen franquista lanzó a principios de los sesenta la campaña de los 25 años de paz (la de los cementerios, el atraso, el hambre y la mediocridad), la República era el punto de referencia obsesivo. Se trataba de mostrar que se habían superado sus niveles en todos los aspectos de la vida social y económica. España fabricaba más tractores, más camiones, más de todo que la República (significativamente contraponían España a República) . Con tanto boato propagandístico el régimen reconocía, aunque le pesara, que se habían hecho tan mal las cosas que fue necesario un cuarto de siglo para llegar a los niveles de 1936.
Al equipo municipal de UPN en el Ayuntamiento de Pamplona (quizá habría que decir Yolanda et alii, dada la aireada capacidad de la futura —y esperemos que próxima— ex alcaldesa para crear equipos y trabajar con ellos) parece traicionarle el subconsciente ahora que se aproximan las elecciones. Y al tiempo que pone la ciudad patas arriba, levantando cuantas calles haga falta para demostrar fehacientemente que son suyas (el subconsciente traidor una y otra vez), se lanza a airear logros que, huérfanos de datos para comparar, pueden aparecer espectaculares, pero que se revelan magros, insulsos e insuficientes a nada que se escarbe.
Así, se exhiben los miles de metros cuadrados de zonas peatonales que se han creado, las plazas de aparcamiento construidas o las zonas verdes habilitadas. Y aún admitiendo que los pocos datos disponibles sean correctos y correspondan a la iniciativa del régimen barciniano (hay mucha desmemoria en lo de atribuirse méritos ajenos y despojarse de deméritos propios), en ninguna de las facetas se puede decir que la Administración municipal haya sido pionera o adelantada. En la mayoría de los casos, incluso, ha ido con considerable retraso y a remolque de las circunstancias. Compárese si no la situación de Pamplona, cuya tímida peatonalización no ha hecho más que bosquejarse, con la de ciudades similares en tamaño, algunas muy próximas. Sin hablar de los motivos, que en Pamplona parecen tener que ver no tanto con planes y políticas, como con deshacer entuertos causados por otros, socializar pérdidas (el extraño concepto de fraternidad de la derecha) o generar beneficios, éstos sí, privados.
Quizá el barcinato ha servido para renovar el césped en alguna glorieta o jardincillo, pero el bagaje que pueden exhibir en materia de zonas verdes después de ocho años es más bien escaso. Por contra, destaca sobremanera el afán por meter las excavadoras en lugares hasta ahora vírgenes, como los meandros del Arga o Santa Lucía. Ha habido, es cierto, una actividad frenética de construcción de plazas de aparcamiento, sin ninguna planificación ni estudios sobre sus efectos en la congestión del tráfico y la contaminación ambiental y acústica, e incluso contra el parecer de la Mancomunidad, porque dificulta la mejora del transporte público. Se han llegado a negociar adjudicaciones directas al quedar desiertos los concursos, con una opacidad completa sobre las condiciones. Corresponde también a Barcina el mérito de haber perpetrado el mayor expolio del patrimonio histórico y cultural de la ciudad y de Navarra, para realizar una obra ilegal que va a costar a las arcas de la ciudad varios millones de euros. O haber cedido a precio de saldo un solar en el centro de la ciudad y dos calles para construir una barraca de obra de dudoso gusto.
El transporte público no sólo se deteriora por el aumento de la congestión derivada de la facilidad de aparcamiento, sino porque la existencia de amplias zonas y franjas horarias desatendidas obliga a muchos usuarios potenciales a recurrir al transporte privado. Una medida que objetivamente era necesaria, como es la ampliación de las licencias de taxi, parece que ha respondido más a la obtención de ingresos para financiar el plan de transporte comarcal que a una auténtica voluntad de planificación. Se podrá objetar que la competencia en la materia no es del Ayuntamiento, y es bien cierto; pero éste es un agente fundamental en el diseño de las política de transporte público comarcal y la propia Mancomunidad está en manos de la misma coalición que gobierna el Ayuntamiento de Pamplona.
En el debe de ese régimen de Barcina, tan agudamente descrito como regencia, están también las escuelas infantiles. Al número claramente insuficiente de plazas (que castiga sobre todo, guste o no reconocerlo, a la mujer), se añade el deterioro de la calidad derivado de la
persistencia en la externalización del servicio, algo que también padecen (hay ejemplos clamorosos) las personas mayores.
En lo que afecta a la mujer, se ha renunciado a desarrollar una política de igualdad tan necesaria cuando siguen plenamente vigentes problemas como los malos tratos, la discriminación salarial o la distribución sexista de roles en el hogar y en otros ámbitos. Incluso la alcaldesa eliminó la Concejalía de la Mujer para adscribir sus competencias a servicios sociales: un guiño de otros tiempos, cuando se equiparaban mujeres, menores e incapaces. Y mientras se reducen las ayudas a acciones para promover la igualdad, como si ya no fueran necesarias, no hay actuaciones municipales dirigidas a ese fin.
Podrá recurrir la alcaldesa al manido truco de concentrar las actuaciones unos meses antes de las elecciones, algo que nunca se había hecho con tanto descaro. Podrá igualmente organizar festejos inusitados para inaugurar lo que debería estar hace tiempo hecho, aun haciendo el ridículo: ascensores que se estropean nada más estrenarlos, primeras piedras de edificios ya bien asentados, carril bici donde no es necesario y a costa de la tala de árboles. Podrá, en fin, llenar la ciudad de plaquitas a mayor gloria suya y de los suyos. Hasta Ramsés II se dedicó a inventarse victorias y atribuirse méritos ajenos. O el mismo Franco, pertinaz inaugurador de pantanos diseñados por otros. Pero la principal herencia de Barcina es, sin duda, ese gris que lo invade todo y se cuela por los menores resquicios como un cáncer. El gris es matiz, cierto, pero es también el Nodo, la mediocridad, la ausencia de proyectos.
En la ciudad del verde Pamplona, que no es sino azul descolorido, el gran legado de la futura —y esperemos que próxima— ex alcaldesa es el gris Barcina.
(Diario de Noticias, 15 de febrero de 2007)
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