domingo, 9 de diciembre de 2012

Crisis, izquierda y rebelión social

“¡Camaradas! —gritaba, y en su demacrado rostro y gestos de desesperación dejábase sentir una verdadera angustia—, los de arriba nos llaman constantemente a hacer nuevos y nuevos sacrificios, pero a los que tienen de todo no los tocan” (John Reed, Diez días que estremecieron al mundo. Txalaparta).

Con el triunfo planetario del pensamiento neoconservador y su plasmación económica, el neoliberalismo, pareció imponerse alguna forma de escatología que llevaba a la proclamación de consumaciones. A la constatación del fin de la Historia siguió la del de las ideologías. Se arrumbó así, no sin desprecio, la vieja distinción entre izquierda y derecha, tachándola de inservible y decimonónica (es frecuente tildar así cuanto no gusta o incomoda). Y había motivos para que la idea calara, más allá de las élites intelectuales. La expansión económica parecía interminable (el ya viejo espejismo del crecimiento continuo) y amplias capas de la población se sentían propietarias, tanto de bienes inmuebles (cautivadas por el fetiche de la vivienda en propiedad) como muebles, en forma no sólo de los tradicionales y anodinos depósitos, sino de acciones, bonos, participaciones en fondos de inversión y toda clase de sofisticados e incomprensibles instrumentos cuya común característica era la promesa de elevados rendimientos y, por tanto, de incrementos continuados de la riqueza personal.