miércoles, 23 de junio de 2010

Las crisis bancarias, el sector público y el fetiche del mercado

No es raro que cuando un gobierno se ve, por una u otra razón, impelido a adoptar medidas impopulares, apele a su inevitabilidad y a la bondad de la sociedad para aceptarlas. Ello es comprensible, puesto que no cabe esperar un reconocimiento de errores o culpas y la tentación de acudir a la coyuntura (todos están igual, si no peor), especuladores (versión moderna del contubernio judeo-masónico-comunista) o la mala suerte (¿quién lo iba a prever?) es permanente. Además, se tacha de irresponsable a quien se resiste a comulgar con esas ruedas de molino, al tiempo que, tanto el Gobierno como sus apoyos, por acción u omisión, se escudan en la responsabilidad. Como ultima ratio regum de un Gobierno acorralado por sus propios errores, se conceden cartas de buena conducta y aun de patriotismo, según se acomode o no cada quien a su dictado.