lunes, 13 de octubre de 2008

Doce de octubre

Dice Rajoy que el desfile del doce de octubre es un coñazo. Ciertamente, la expresión utilizada es inoportuna y, diría, improcedente, no por malsonante, que a estas alturas nadie se va a escandalizar por un palabro bastante ñoño para los tiempos que corren, pero sí por sus connotaciones sexistas. De acuerdo con el DRAE, mejor utilizar adjetivos como latoso o insoportable. No obstante, atendiendo a la estructura profunda de la frase, resulta difícil no estar de acuerdo con él. Por eso, ante la avalancha de críticas que casi lo sepulta, es menester expresar el más entusiasta apoyo (no confundir con la adhesión inquebrantable, que todo tiene su medida) al bueno de Mariano. El desfile del doce de octubre es una lata por muchas más razones de las que parecen animar a Rajoy en su desahogo, que yo diría relacionadas con el aburrimiento, el envaramiento, el ditirambo y todo ello adobado con efluvios de enebro y conversaciones cuya fluidez va pareja a la riqueza del vocabulario, ínfimo y las más de las veces ordinario y soez (ay, la sencillez borbónica).

Seguro que hay muchas personas, algunas, seguro también, del propio Gobierno o del Partido Socialista, para las que asistir al desfile es una incomodidad. Pero era de prever que se utilizaría como arma política contra Rajoy. Sonrojan las declaraciones de tantos sedicentes progresistas en cerrada defensa del estamento militar, cuya dignidad ha sido, dicen, menoscabada por Rajoy. En cuanto alguien hace el más nimio e inocuo comentario sobre el Ejército español (caso del pobre Rajoy: el alguacil alguacilado), el establishment se siente todavía obligado a salir en defensa de la institución y le dedica loas sin cuento. Ni siquiera con la judicatura o la Iglesia católica se anda con tantos remilgos. Se observa una mitificación de lo militar ampliamente difundida, que, si bien puede observarse en todos los países, tiene en España connotaciones particulares, herencia de una historia de pronunciamientos sin parangón en Europa, cuya culminación es el bonapartismo cutre del general Franco. Por lo mismo, es una noticia relevante para muchos medios que el jefe del Ejército diga que los militares asumen la austeridad presupuestaria: ¡Nos ha jodido mayo con las flores!

Charles Maturin pone en boca de su personaje Melmoth el Errabundo —quizá el mejor logrado de la novela gótica— estas lúcidas palabras (las reclamaciones, al clérigo irlandés): «El mozalbete desocupado, que odia el cultivo del intelecto y desprecia la bajeza del trabajo, gusta, quizá, de ataviar su persona de colores chillones como los del papagayo o el pavo real; y a esta afeminada propensión se le bautiza con el prostituido nombre de amor a la gloria; y esa complicación de motivos tomados de la vanidad y el vicio, del miedo y la miseria, la impudicia de la ociosidad y la apetencia de la injuria, encuentra una conveniente y protectora denominación en un simple vocablo: patriotismo. Y esos seres (...) son aclamados, mientras viven, por el mundo miope de sus benefactores, y cuando mueren, canonizados como sus mártires. Murieron por la causa de su país: ése es el epitafio escrito con precipitada mano de indiscriminado elogio sobre la tumba de diez mil hombres que tuvieron diez mil motivos para elegir otro destino..., y que podían haber sido en vida enemigos de su país, de no haberse dado el caso de caer en su defensa, y cuyo amor por la patria, honestamente analizado, es, en sus diversas formas de vanidad, inestabilidad, gusto por el tumulto o deseo de exhibirse... simplemente amor a sí mismos». Todo sería más natural si en lugar de tanta verborrea patriotera y tanta adulación política, los militares fueran tratados como cualquier otro colectivo profesional.

Pero el desfile es una lata en un sentido mucho más profundo y relevante que el sugerido por Rajoy. Es latoso, para empezar, para muchas de las personas participantes que, de grado o por fuerza, habrán debido aguantar horas a pie quieto y obviando las condiciones atmosféricas en un alarde de falta de consideración, simplemente para representar una pantomima a mayor gloria… ¿de quién?

Es una lata porque es lo mejor que se les ocurre para celebrar la «fiesta nacional». Qué país (y qué Zapatero) más triste, que cuando quiere celebrar algo saca los uniformes a la calle y no hace efectiva la aconfesionalidad que proclama la Constitución porque la liturgia católica queda bien en los funerales de Estado (y en las ceremonias de la familia que patrimonializa la jefatura del Estado).

Es una lata porque, oficial u oficiosamente, todavía se mantiene la denominación de «día de la Hispanidad», residuo tardofranquista de aquel ridículo e inquietante «día de la Raza». Triste país, insisto, que celebra disparates y barbaridades. Celebra el inicio de un genocidio implacable y un saqueo que todavía continúa de manos de las élites que Castilla dejó en América y que alardean aún hoy de genealogía y blancura de piel; una persona entrevistada por un canal de televisión afirmaba sin rubor que «les dimos [a los indígenas americanos que, pobres, antes de aquel doce de octubre estaban cubiertos] una cultura, una religión y una civilización». Lo mismo que se celebra el oscurantismo y el absolutismo en ese dos de mayo que en este año fue objeto de grandilocuentes exaltaciones del reaccionario bando de los alcaldes de Móstoles, esperemos que por desconocimiento más que por asentimiento. O las dudosas glorias de un ejército desplegado hasta hace cuatro días no con criterios defensivos, sino de ocupación de un territorio considerado hostil. Y la Legión es siempre la unidad más aclamada, cimbreantes cinturas escoltando a paso vivo a una cabra de nombre Rudolf…

Por cierto, que a cuenta del doce de octubre se oyó mucho llamar «parada» a lo que era un desfile. Una parada es otra cosa, muchas otras cosas. Como un alzamiento. ¿Obsesión priápica?