miércoles, 21 de noviembre de 2007

Borbonear

Borbonear. Esa es la palabra clave en todo el embrollo en que se va enredando más y más la monarquía del 18 de julio. Es un verbo transitivo y se conjuga como amar. Tiene la peculiaridad de contar en cada momento histórico (a veces incluso mediando exilio) con un único sujeto, Borbón para más señas. Sólo él (el sujeto, que puede ser ella) borbonea a quien quiere, puede o se deja. Por supuesto, el contenido del vocablo varía al no estar normativizado. Hay quien lo asocia a la habilidad y campechanía que, dicen (es lo que tiene adobar un ya de por sí rico vocabulario con muchos tacos), caracterizan a los integrantes de la casa de Borbón. En términos generales, digamos que se refiere a la intervención directa en política, aunque sea —¿queda otra vía en una monarquía parlamentaria?— mediante la manipulación y el engaño. Juan de Borbón recogía la acepción de «manipular a las gentes, de engatusarlas, de engañarlas, de utilizarlas en provecho propio, astuta, aviesamente» (sorprende la utilización de unos términos con connotaciones tan negativas; quizá sea porque, al mismo tiempo, presuponen alguna sutileza e inteligencia, saltándose la evidencia contrastada de una idiosincrasia familiar que va por otros derroteros).

El paradigma de Borbón borboneador es Alfonso XIII. Claro que se le fue la mano y se quedó sin trono, enfrentado al exilio y al cese temporal (hasta su muerte) de la convivencia con su mujer (ahora se dice así), que no le perdonaba sus muchas infidelidades: paradojas de la majestad católica. Juan de Borbón intentó borbonear a Franco, cuyo entusiasmo por el protocolo monárquico le impedía dejar de ser su protagonista, lo que obligó a los aspirantes a la sucesión a hacerse agradables a los ojos del Señor (y de la Señora), desde la distancia de Ayete o deambulando por los salones de El Pardo.

El Borbón reinante mantuvo un perfil bajo mientras duró el complejo de falta de legitimidad de la monarquía, que surge (también en lo que afecta a su titular) como resultado de la voluntad soberana de un dictador y es «validada» mediante su inclusión en la Constitución, que se convierte así en trágala de un chantaje obsceno. Con la victoria del PP esa discreción se rompió y hubo algún intento de borbonear a Aznar, malogrado por la arrogancia de éste, siempre dispuesto a dejar claro quién mandaba y humillar al jefe del Estado.

A estas alturas ya habrá descubierto que con los socialistas su posición es más confortable. Llegarán adonde haga falta (incluso a envolverse en la bandera monárquica) con tal de evitar perturbaciones en su ejercicio del poder o ganar algunos votos a la derecha. Con su habitual desparpajo revestido de ingenuidad, Zapatero terminará por hacer creer que la monarquía es de izquierdas y la república cosa de falangistas y del irredentismo episcopal.

La reacción ante la caricatura de El Jueves tiene distintas lecturas. Puede ser, como se ha apuntado reiteradamente, una muestra de nerviosismo. Pero también de arrogancia por parte de quien se siente ya bien instalado y seguro. Si el matrimonio Borbón-Ortiz sintió mancillado su derecho al honor y a la propia imagen, debería haberlo denunciado y no servirse de la fiscalía. Si ésta tuviera que intervenir cada vez que un famoso estima que alguien se entromete en su honor, no ganaríamos para fiscales. Por cierto, que resulta llamativa la reacción de gran parte de esa progresía de salón —PSOE y aledaños incluidos— que todo lo invade, defendiendo la libertad de expresión pero arremetiendo a continuación contra el mal gusto de los dibujantes o la inoportunidad de la caricatura. Lo cierto es que unía con tino y pericia gráfica la crítica a una medida gubernamental más que discutible y a una institución parasitaria en su esencia, cuyos beneficios para la sociedad, se diga lo que se diga, no son en absoluto evidentes. Sonado enredo del que, mal que bien, se intentó salir con el argumento (difundido por la prensa bienpensante, la rosa y el propio Gobierno) de que el Rey trabaja, y mucho. Sintomático.

Con motivo de la visita del jefe del Estado a Girona, hay manifestaciones republicanas en las que se queman fotografías del Rey. Nuevamente, las reacciones más sorprendentes, por virulentas y acomplejadas, vienen de un sector necesitado, al parecer, de hacerse perdonar pasadas veleidades republicanas; o poco dispuesto a que se le perturbe en sus bien ganadas posiciones. Actos así son más habituales de lo que el pensamiento único está dispuesto a reconocer, aunque es ahora cuando se le da relevancia, quizá para intentar apuntillar el activismo republicano. Pero llama la atención que no sea eso lo que más molesta al Rey, al decir de algunos, sino la campaña de la extrema derecha pidiendo su abdicación (entiéndase, no un cambio de régimen). Al fin y al cabo, de los republicanos no va a esperar gran cosa, pero sí de la jerarquía eclesiástica y ciertos grupos empresariales. Hay que saber elegir mejor a los amigos.

El Gobierno y sus corifeos pretenden minimizar la importancia del pensamiento republicano, metiendo a todos en el mismo saco y de paso intentando que el PP dé algún mal paso que le comprometa con su electorado natural. Las protestas antimonárquicas son, dicen, cosa de grupúsculos radicales de extrema izquierda y algún periodista de la extrema derecha. Quizá fruto del nerviosismo que empieza a cundir, el Rey se lanza —cosa inédita y hasta sorprendente— a justificar la monarquía y su propio puesto, por sus pretendidos beneficios para el país, planteando un silogismo falaz: los últimos treinta años han sido los más prósperos y estables en la historia de España; el sistema de gobierno de esos treinta años ha sido la monarquía; luego la monarquía es la causa del mayor período de estabilidad y prosperidad de la historia de España. Pueril.

Con tanto vaivén, el Rey se ha ido acostumbrando a intervenir por su cuenta, a hacer y decir, a salirse de su papel institucional, en suma, a borbonear. Y termina metiendo la pata. Del tuteo a Chávez se ha hablado ya mucho. De la inoportunidad de su intervención (aunque fuera para que Zapatero siguiera en el uso de la palabra) también. Su salida de la sala es, quizá, aún más grave. Pero lo que de verdad está sin explicar es por qué asiste a esas reuniones, cuando carece de competencias y de responsabilidad (jurídica).

La perspicacia no va a ser rasgo definitorio de la dinastía más destronada de la historia. El borboneo termina dando malos resultados: Alfonso XIII se quedó sin trono, Juan de Borbón nunca lo obtuvo... ¿qué será, en esta tesitura borboneadora, de Juan Carlos Capeto?

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La oportunidad perdida con EHN

En octubre de 2004 se cerró un acuerdo en virtud del cual Acciona adquiría el 50% del capital de Energía Hidroeléctrica de Navarra (EHN) a Sodena (39,58%) y Caja Navarra (10,42%). De esta manera Acciona se convertía en propietario único de EHN, puesto que en 2003 ya había adquirido el otro 50% a Cementos Portland (21%), Sodena y Caja Navarra (17%), así como la autocartera generada tras la retirada de Iberdrola (12%). Acciona es un conglomerado diversificado que, en el momento de su entrada en EHN contaba con una potencia instalada en energía eólica de 138 megavatios, frente a los 573 megavatios de EHN.

La operación suscitó considerable polémica, por su justificación, por el procedimiento seguido —de dudosa legalidad— y por el uso que se dio a los 307 millones de euros en plusvalías obtenidos por el Gobierno de Navarra, invertidos en Iberdrola en unas condiciones más que discutibles. Entre las razones para justificar la venta, se adujo que ya había sido completado el mapa eólico de Navarra o que el plan estratégico de EHN preveía unas inversiones de 2.000 millones de euros que el sector público navarro no podía asumir. Y, sobre ellas, la fundamental, la más esclarecedora: era, en palabras de Sanz, «positiva para los intereses generales de los navarros». Dejando aparte esta última, por vacía e inconsistente, las otras dos tampoco tienen demasiada enjundia y parecen más bien dictadas por la necesidad de decir algo: la primera porque EHN estaba ya experimentando una expansión que, en la medida en que podía permitir la adquisición de una dimensión adecuada para enfrentarse a las necesidades financieras que impone mantenerse tecnológicamente en puestos de cabeza, ha de ser considerada saludable; la segunda, porque el mencionado plan fue elaborado estando ya Acciona en EHN y, seguramente, atendiendo a sus intereses corporativos.

No es raro que una empresa llegue a un punto en su existencia en el que se enfrente a la disyuntiva de dar el salto más allá de su mercado de origen (muchas veces regional o local) o desaparecer en el torbellino de la competencia internacional. Es, pues, una cuestión de pura supervivencia, que puede asegurarse (de tener éxito) por dos vías: el crecimiento a partir de los propios recursos o la integración en una empresa o grupo más grande, a menudo multinacional. El grupo cooperativo de Mondragón (con 4.000 empleos en Navarra) es un ejemplo de lo primero; la fuerte presencia de multinacionales en Navarra refleja, en parte, lo segundo). Que se opte por una u otra vía depende tanto de la idiosincrasia empresarial como del contexto, es decir, del sesgo de la política industrial y tecnológica (cuando existe).

Tradicionalmente la políticas de fomento han consistido en Navarra en la atracción de inversiones foráneas. Ello ha dado buenos resultados y ha permitido un crecimiento sostenido, con sus efectos ya conocidos sobre la renta y el empleo. A cambio, los centros de decisión están fuera. Además, los grupos multinacionales tienden a localizar sus actividades de I+D allí donde se ubica la sede social de la empresa, normalmente su lugar de origen. Navarra puede terminar, como consecuencia de este proceso, reducida a una región puramente manufacturera, con el riesgo consiguiente —esta vez sí— de deslocalización.

EHN reunía las condiciones para superar estos dos obstáculos. Por un lado, podía haber sido el centro de un grupo industrial potente con centro en Navarra (toma de decisiones, I+D); por otro, constituir el motor del desarrollo tecnológico en un campo tan sensible y con tantas posibilidades de futuro como el de las energías alternativas. A pesar del compromiso de Acciona, las decisiones de mayor trascendencia ya no se toman aquí y, en cualquier caso, se está al albur de la conveniencia de una empresa cuyo grado de compromiso puede variar por circunstancias que quedan fuera del control del Gobierno de Navarra. Cuando tantos gobiernos desearían tener una herramienta como EHN para incidir en el desarrollo económico y tecnológico, en Navarra se desperdicia con razones, las oficiales, de escaso fuste.

(Publicado en El Debate de Navarra el 10 de noviembre de 2007)

lunes, 5 de noviembre de 2007

¿Quién mató a Kennedy?: historias «verosímiles» sobre el 11-M

Hace ya algún tiempo que en Estados Unidos se exponen hipótesis variopintas, algunas peregrinas, sobre la autoría y la motivación de los atentados del 11 de septiembre. Así, hay quienes atribuyen la responsabilidad a la propia administración o a perversos intereses empresariales o políticos. Los motivos van desde forzar la intervención militar en Afganistán e Irak (el negocio de la droga y el petróleo; o incluso la pretensión iraquí de operar en euros y no en dólares) hasta la especulación por oscuras tramas inmobiliarias con los terrenos ocupados por el World Trade Center. Algunos niegan que se estrellara ningún avión contra el Pentágono o aventuran que las torres gemelas fueron voladas desde abajo, probablemente por judíos. Normalmente estas historias las propagan grupos marginales, iluminados o gentes con olfato para el negocio editorial.

Ya se sabe que el hombre no estuvo en la Luna: todo es un montaje de la NASA. El holocausto fue una invención de la internacional judía, cuyas intenciones quedaron patentes en los Protocolos de los Sabios de Sión. Y hay muchos más ejemplos. El truco es sencillo. Se trata de, a partir de hechos no discutidos, entretejer una maraña de medias verdades junto a puras invenciones hasta construir una historia con apariencia de verosimilitud. Nada nuevo. Es, por ejemplo, la base de la fortuna editorial de autores como J.J. Benítez o de los programas de Iker Jiménez en radio y televisión, contumaces en la manipulación y el vapuleo del método científico. Lo que no es habitual es que organizaciones «serias» —y mucho menos del stablishment— den pábulo a estas historias o, lo que es peor, que las generen.

Justamente es lo que ha ocurrido —y sigue ocurriendo tras conocerse la sentencia— con la actuación del PP en relación con los atentados del 11 de marzo. Se genera una explicación rocambolesca, pasando incluso por encima (y contra) los mandos policiales nombrados por el propio gobierno popular (y olvidando que era Acebes quien mandaba las fuerzas de seguridad), para encubrir un error garrafal, seguramente el mayor cometido por un gobierno en circunstancias similares y que le costó al PP las elecciones. Si Aznar hubiera aparecido a media mañana en la estación de Atocha en mangas de camisa y prometiendo mano dura contra los islamistas, hoy Rajoy presidiría el Gobierno español. Pero en vez de eso, opta por la solución que, pensaron, les sería más rentable, esto es, atribuir los atentados a ETA contra todas las evidencias y el parecer de los expertos, con una insistencia insultante para los ciudadanos.

La incapacidad para asumir el resultado electoral y la necesidad de justificarse lleva a urdir una historia delirante (de la que han sido principales exponentes Zaplana, Del Burgo y el bufón Martínez Pujalte), apuntalada mediante medias verdades y completas mentiras, dando credibilidad a testimonios de delincuentes procesados, aun a costa de socavar (quién lo iba a imaginar) las bases mismas del Estado, insinuando una oscura trama en la que se unen islamistas radicales, etarras, mandos policiales, servicios secretos españoles y marroquíes y políticos socialistas. Demasiado parecido al contubernio judeo-masónico-comunista de otros tiempos.

Bien pensado, no es tan difícil construir historias verosímiles. Se me ocurre un ejemplo (cualquier parecido con la realidad…): Madrid, 8 de marzo de 2004. Falta menos de una semana para las elecciones generales. Aunque la ley no permite difundir sondeos, nada impide que se hagan. Uno realizado apresuradamente esa mañana trae malas noticias para el PP y sus estrategas: el PSOE aparece como ganador, culminando la tendencia iniciada semanas antes de pérdida lenta pero inexorable de la ventaja con que había contado el PP tiempo atrás. De seguir así, el domingo 14 cabe esperar cualquier cosa, incluso una mayoría absoluta socialista.

El margen de maniobra es escaso, pero la pérdida del Gobierno resulta inadmisible. Demasiada basura que limpiar y que no se puede arrumbar u ocultar sin más debajo de las alfombras. Afortunadamente, siempre hay un roto para un descosido y no faltan conocedores avezados de las cloacas políticas, sociales y policiales. Un subalterno eficiente, de esos que andan permanentemente rumiando algún «plan B», pone encima de la mesa una solución. Drástica, pero solución al fin.

Se sabe que grupos de islamistas radicales andan instalándose en España, buscando la manera de responder a la intervención en Irak. Se les ha detectado por redes «paralelas», estando como está la policía atada de pies y manos por la doctrina oficial de que todos los males vienen de ETA. Ni siquiera hay un control riguroso de los explosivos, habida cuenta de que ETA se aprovisiona en Francia y no utiliza goma 2. Manipulando adecuadamente alguno de estos grupos, se puede conseguir que se inmolen a mayor gloria de Alá, dejando indicios que permitan culpar a ETA. Se trata de llegar al domingo cabalgando la ola de la indignación popular. Después ya se verá.

Se hacen consultas, siempre en círculos reducidos. Se recurre incluso a algún ideólogo vociferante, a fin de asegurarse su anuencia y la colaboración de medios afines para desviar responsabilidades. Hay que moverse rápido, porque los plazos apremian y las cosas deben suceder de manera que la población tenga justo el tiempo de asimilar lo sucedido y atribuir responsabilidades, sin mayores análisis.

Dicho y hecho. El engranaje se pone en marcha. La predisposición de algunos islamistas radicales facilita su manipulación. Enseguida empiezan a actuar como si la idea hubiera sido suya. Se decide actuar en los ferrocarriles, porque ese parecía ser el objetivo etarra en los últimos tiempos. Reciben instrucciones sobre cómo disimular la autoría y poder escapar. Pero es difícil controlar un mecanismo de este tipo cuando se pone en marcha. Lo que debía ser una explosión controlada en un tren semivacío, se convierte en una serie de atentados en trenes atestados, fruto de la «creatividad» de los islamistas.

Lo que vino después es de sobra conocido, con el Gobierno actuando según el guión previsto. Pero no coló. Algo había fallado. Los islamistas olvidaron detalles esenciales. Extraviaron las tarjetas del Grupo Mondragón que debían dejar en la furgoneta; como sonaba parecido, se hicieron con un disco compacto de la Orquesta Mondragón. Para colmo, se olvidaron la cinta con los versículos del Corán que les servía para motivarse. Alguna mochila no estalló y proporcionó información comprometedora. ETA y Batasuna negaban cualquier implicación. Demasiados indicios para un Gobierno inmovilizado, sin capacidad de reacción ante una situación que no era la esperada y que rápidamente se torna contra él. La opinión pública, que ante el desastre se vuelve con naturalidad hacia la autoridad, se siente insultada con un engaño tan evidente. A pesar de todo, la inseguridad creada evita el hundimiento total y asegura al PP algunos votos que de otra forma hubiera perdido.

Es otra visión de las cosas, tan verosímil como la difundida por el PP. Con un poco de creatividad y los recursos de un grupo editorial como el de El Mundo, sería cosa de no mucho tiempo. Pero, como dice Proust, «pese a la idea que se hace el mentiroso, la verosimilitud no es del todo la verdad». Hay, no obstante, más alternativas. Siempre está el recurso a los extraterrestres. O a los fantasmas del Reina Sofía, quizá perturbados en su descanso por el ruido de los trenes. Pero esos son andurriales más propios de Iker Jiménez. De haber seguido gobernando el PP, hoy tendríamos, en lugar de la sentencia del 11-M, un Informe Warren a la española. Y no se olvide que buena parte del mundo sigue preguntándose quién mató a Kennedy.

(Una versión muy similar de este texto apareció en Diario de Noticias el 16 de septiembre de 2006. La publicación de la sentencia del 11-M y las reacciones de los dirigentes del PP hacen que siga vigente, por lo que me permito reproducirlo con ligeras modificaciones)