martes, 31 de octubre de 2006

Anda la paz por el coro

La actitud del PP (es decir, de sus dirigentes) desde que perdió las elecciones generales de 2004 recuerda la de esas personas que mientras no consiguen lo que quieren generan conflicto tras conflicto hasta que, por cansancio, deseo de tranquilidad o pura racionalidad, los demás les dejan hacer y salirse con la suya. Sólo entonces llega la calma. Pero lo que entre personas denota simplemente características más o menos patológicas de la conducta, elevado a la categoría de estrategia de una organización —más si es un partido político— puede tener
consecuencias graves, en la medida en que traslada a su funcionamiento ordinario rasgos de intolerancia y escaso fuste democrático, buscando socavar la posición del oponente y llegar al poder a cualquier precio, aunque éste sea la generación de incertidumbre y la puesta en solfa de la propia legitimidad del sistema. Y cada día que pasa la radicalización antidemocrática se agudiza y el partido es rehén de un grupo de exaltados extremistas seguramente precursores de alguna forma posmoderna de autoritarismo (por no decir fascismo).


En la guerra como en la guerra, se aprestan todas las armas y se ataca por todos los flancos. El deterioro de la actuación parlamentaria es evidente, y a ella se añade la actuación de la judicatura, nunca tan politizada ni tan inclinada a una opción concreta, por lo demás muy radical. Viendo los acontecimientos en perspectiva, se explica el desembarco y la actuación de Grande Marlaska, la decepción de mucha gente con la vuelta de Garzón, el procesamiento de Ibarretxe o las últimas decisiones del Tribunal Supremo. Los jueces suplantan los otros poderes del Estado ignorando cualquier contención y con total indiferencia ante una degradación de la Administración de Justicia que llega a extremos insoportables para una conciencia democrática.

No podía faltar tampoco la Iglesia, que de la mano del templado tándem Rouco-Cañizares anda a la greña, escandalizando conciencias y haciendo política como no se había visto desde su bendecida cruzada: la unidad de España es sagrada y negociar con ETA es inmoral. Estos señores —acompañados por el jesuita Camino— harían parecer un rojo herético al mismísimo Guerra Campos, no digamos al moderado Tarancón que, paradojas de la vida, ha terminado por ser considerado progresista y demócrata.

A tal punto han llegado las cosas que, superado y demonizado hace tiempo ABC como reo de polanquismo, el propio Pedro J. Ramírez, otrora oráculo del PP triunfante e inspirador de su deriva derechista en la segunda legislatura del aznarato, ha sido rebasado ampliamente en su populismo cuasifascista de corte latinoamericano (a medio camino, si ello es posible, entre Perón y Chávez). Ramírez fue el inspirador de la estrategia del váyase señor González y el enturbiamiento máximo de la situación política como medio de conquista del poder. Hoy, evidentemente, la situación es bien distinta, sin que nadie parezca (querer) captar el matiz. Pero la base conceptual ya no la pone Ramírez y su tenaz fijación con la última legislatura de González, sino seudohistoriadores dedicados a tergiversar y manipular el período republicano (guerra incluida) (Moa, Vidal) y periodistas (Jiménez Losantos), obsesionados por recrear el clima inmediatamente posterior a la victoria electoral del Frente Popular en 1936 y previo a la sublevación militar. Hay, pues, un cambio cualitativo sustancial en el poso ideológico que anima a la dirección del PP. Cambio enormemente peligroso para el actual régimen.

Poco importa el agotamiento de los argumentos. Cuando el Estatuto catalán no da más de sí a pesar de estar Cataluña en campaña electoral; cuando el 11-M agoniza lánguidamente en las preguntas parlamentarias y el ácido bórico es motivo de rechifla en las propias filas ultramontanas (por más que parezca ser el leit motiv del diputado Del Burgo), la cantinela se vuelve machacona, reiterativa e insultante hacia el proceso de paz. Y como no se paran en barras, intentan explotar el filón más rancio y montaraz de la España profunda, apelando a una concepción nacionalista, autoritaria, centralista y carpetovetónica, muy arraigada en capas sociales sensibles a la añoranza imperial patéticamente resucitada por el franquismo. Se desnuda la argumentación de formalismos o de apariencias jurídico-democráticas. Viene a las mientes un famoso discurso de Areilza en Bilbao: «Bilbao no se ha rendido sino que ha sido conquistado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ley de guerra dura, viril, inexorable. Ha habido, vaya que sí ha habido, vencedores y vencidos: ha triunfado la España una, grande y libre»; sospechosamente parecido a lo que se está oyendo últimamente. Por cierto, utilizando a Navarra sin pudor, convirtiéndola —esta vez sí— en moneda de cambio y medio de chantaje, enviando sus huestes a hacer gala de atributos viriles en defensa de la españolidad de Navarra, sin que los corresponsales locales de quienes tales veleidades exhiben se despeinen ni les cambie el gesto.

Mientras tanto, para variar, ETA elige la estrategia equivocada. Se dedica minuciosamente a crear tensión, quizá con la intención de aumentar su precio en la negociación y segura de que cualquier gobierno actuaría de la misma forma que éste y el anterior. Pero el aumento de la tensión, la permanente atención a un proceso que necesariamente ha de desarrollarse pausada y discretamente, así como el tremendo ruido originado por la extrema derecha y sus corifeos en el PP, terminarán por restar apoyo al gobierno de Zapatero y la población se volverá hacia quien promete seguridad y mano dura. Sería un craso error seguir por ese camino: el PP ya no está por negociaciones, ha quemado sus naves y ahora sólo contempla el exterminio del enemigo (da miedo pensar en la extensión que pueda dar a ese concepto), cualquiera que sea su coste. Hora es de dejar de juguetear y ponerse a la tarea con aplicación y seriedad o todos saldremos perdiendo.

(Diario de Noticias, 31 de octubre de 2006)

martes, 17 de octubre de 2006

Pegenaute, las encuestas y la Ley del Vascuence

He decidido dedicar el 75% de mis oraciones diarias a pedir por la salud y el bienestar de Pedro Pegenaute, director general —ahí es nada— de Universidades y Política Lingüística. Sus intervenciones, sean en una materia u otra, pero muy especialmente las que tienen que ver con el euskera («bueno, vascuence»), son motivo de alborozo a la par que alimento cultural para nuestros ignaros y prosaicos espíritus. Bien pensado, no hay nadie en la Administración navarra tan de las hechuras del lehendakari Sanz (que es el único que le supera en locuacidad y enjundia, lo cual ya dice mucho en su favor). Como ambos demuestran una y otra vez, comparten un amor por la lengua vasca sólo superado por el que profesan por la castellana, cuidada con un mimo y un esmero de los que el magistral uso que de ella hacen es sólo un pálido reflejo.


Pero el señor Pegenaute añade a ésta otras muchas cualidades, consolidadas a lo largo de una dilatada carrera política, entre las que destacaría tres, porque son las que vienen al caso, a saber: el exquisito respeto por la verdad histórica, huyendo de manipulaciones, tergiversaciones y falsificaciones; una comprensión más que cabal de los datos y procedimientos estadísticos; finalmente, una devoción reverencial por la libertad, entroncado con las más profundas raíces de la navarridad que con tanto acierto encarna el lehendakari. No voy a entrar, pues, en el meollo de las atinadas declaraciones de Sanz y Pegenaute (y especialmente las de este último en Radio Euskadi el pasado
día 11) en relación con la lengua vasca (¿para qué aprender euskera pudiendo estudiar inglés? ¿en qué piensan los franceses llamando fromage a una cosa que se ve bien a las claras que es queso?) y con la universidad (el bilingüismo barato es carísimo y daría lugar a una mala
universidad). Veamos.

Dada la obsesión que parece haber últimamente en UPN por los sondeos (que, lejos de calmar los ánimos en el predio regionalista, añaden sobresalto tras sobresalto), seguro que alguien habrá en el partido capaz de explicarle al señor Pegenaute que la utilidad de un sondeo consiste precisamente (si se hace con el debido rigor técnico) en extrapolar los resultados al conjunto de la población objetivo. Decir que los partidarios de extender la zona mixta son el 1,57% de la población porque es el peso de los que han respondido así a la encuesta (149) en el total de la población de los municipios afectados (11.347), es un disparate de tal calibre que no puede ser fruto de la premeditación: nadie metería así la pata a propósito. Aplicar ese razonamiento en otros casos lleva a conclusiones llamativas. Por ejemplo, en el estudio de opinión publicado por el Parlamento en junio pasado (el denominado navarrómetro), declaran su intención de votar a UPN 484 personas, es decir, el 0,082% de la población. ¿Cómo, a la vista de tan magros apoyos, se atreven a seguir ocupando sus puestos el lehendakari Sanz o el propio señorPegenaute?

No es la única muestra de su capacidad para el manejo de datos. Hay otra, ligada además a su acreditada predisposición a la falsificación de hechos por más que los mismos sean sobradamente conocidos en sus menores detalles. Y expone sus versiones con desembarazo, sin rubor ninguno y con la firmeza y rotundidad de quien cree en lo que está diciendo. Su facundia permite disponer de numerosos ejemplos, que van desde los debates constitucionales a los informes europeos sobre la situación del euskera en Navarra, pasando por el proceso de creación de la Universidad Pública. Y, por supuesto, por la Ley Foral del Vascuence (LFV). Recuerda a la obsesión de Stalin por reescribir continuamente la historia y borrar de las fotografías a los que iban cayendo en desgracia. En versión Navarra-foral-y-española, faltaría más.

Dice el señor Pegenaute que la modificación de la LFV ha de hacerse con el mismo consenso que hubo en su elaboración. Es decir, según él, el acuerdo de UPN, CDN y PSN, que es, concluye, el ochenta y tantos por ciento de la población. La LFV obtuvo veintinueve votos favorables, tres en contra y hubo once abstenciones y siete ausencias. Apliquemos de nuevo el método Pegenaute de análisis de datos. Si atribuimos a cada lista la totalidad de votos que obtuvo en las elecciones de 1983, resulta que la LFV recibió un apoyo equivalente al 26% de la población (el 35% del censo y el 50% de los votos).

Pero la cosa no acaba ahí. Pegenaute el tergiversador da por hecho que la LFV fue aprobada por un amplísimo consenso que incluía a UPN. Sin embargo, votaron a favor el PSN, Grupo Moderado (encabezado, todo hay que decirlo, por el propio Pegenaute) y Grupo Mixto (fundamentalmente la entonces denominada Coalición Popular, cuyo portavoz era Del Burgo). Votó en contra EA (recién escindido del PNV) y se abstuvo UPN (según Alli, a la sazón portavoz, no era su ley). HB, con 6 escaños, no acudía al Parlamento pero se opuso a la LFV. Andando el tiempo y con UPN en el Gobierno se ha visto muy claro por qué no era su ley, y ello a pesar de que el debate parlamentario podó considerablemente el proyecto enviado por el Gobierno, ya de por sí pacato y alicorto; proyecto que UPN había combatido ásperamente.

La última perla de las declaraciones de Pegenaute puede ser muy ilustrativa del concepto de la democracia y la libertad que tiene el personaje. Así, dice que con su política (se está refiriendo a la que realiza la Dirección General de Política Lingüística) «se puede ser partidario de estar en una zona y otra». Acabáramos. Al señor Pegenaute debemos nada menos que la libertad de pensamiento y la de opinión. Y nosotros sin enterarnos. A ver cuándo nos concede, además, la libertad de expresión y podemos manifestarlo.

Decía que dedico el 75% de mis oraciones a pedir que Dios nos conserve este portento. El 25% restante es para Osasuna. No saben sus socios lo que se perdieron al no votarle como presidente, todos dormiríamos más tranquilos. Mi única duda es cómo demonios se llamaría ahora el club: ¿Salud? ¿San Francisco Javier Español y Navarro Universal? ¿CA Boina (que no txapela) Navarra?

(Diario de Noticias, 17 de octubre de 2006)